jueves, 18 de noviembre de 2010

NUESTRO TRATO CON LAS PALOMAS

(Octavo ejercicio de taller de narración: escribir un cuento con estructura circular, es decir, que empiece por el final y se devuelva para contar cómo se llegó hasta ahí)

Vi una bicicleta volar por los aires. Sé que no fue en cámara lenta, pero así es como recuerdo todos los momentos dramáticos. La miré hasta que cayó, más o menos a cinco metros de mi carro. Luego miré hacia el frente. En el panorámico había fragmentos de cráneo y sesos. Estaba todo cubierto de sangre. Tanta sangre. Por un momento sentí ganas de prender los limpiabrisas, pero me di cuenta de que no se vería bien ante los transeúntes que miraban aterrados sin entender por qué no me bajaba del carro, que todavía estaba prendido. No me atrevía a apagarlo. Me parecía que si lo hacía todo se iba a volver real y aún quería pensar que era un mal sueño.

Un mal sueño. Eso fue lo que me despertó esta mañana. Soñé que un hombre entraba a mi casa y quería matar a mi papá, que leía el periódico tranquilamente en su cama. Yo, desesperado por impedirlo, corría a la sala y cogía la plancha de carbón que hay de adorno frente a la chimenea. Después me le abalanzaba y le pegaba tantas veces en la cabeza que le dejaba el cráneo hecho papilla, pero extrañamente no le rompía la piel. Así me desperté esta mañana.

Esta mañana. Una como cualquiera. Carolina me hizo unos huevos fritos. Ella comió un cereal de esos dietéticos que saben a cartón. Apenas acabó me dio un beso en la frente y salió a trotar como todas las mañanas. Yo subí, me bañé y me puse el mismo vestido que me había puesto el lunes de la semana pasada. Serví un poco de café en mi termo, cogí las llaves del carro del percherito y salí. Estaba lloviznando. Inmediatamente pensé en Carolina. Se iba a mojar. Pero bueno, a ella no le importaba.

No le importaba. Era más guerrera que yo. Eso fue lo que me enamoró. Sonreí y me monté al carro. Me dio problemas para prenderlo como todos los días. Al quinto chancleteo encendió. No tenía tiempo que perder. Tenía una presentación con mi jefe. ¿Por qué será que aunque uno esté preparado igual se siente nervioso? Siempre me he preguntado eso. Arranqué. Cuando iba a doblar a la derecha por la primera esquina del barrio como todas las mañanas, vi que había un par de palomas en medio de la calle. No me preocupé por ellas. Saldrían volando, ese es el trato. Pero pasé y las palomas no volaron.

No volaron. Nada. No había palomas en el aire. Y contra todos mis instintos, volteé a mirar a ver si las había espachurrado con las llantas de mi carro. No estaban ahí. Ni vivas ni espachurradas. Lo siguiente que recuerdo es el golpe. Y que el corazón se me bajó hasta el estómago, generando un nudo apretado en mi garganta y un hueco profundo en mi pecho. Volteé a mirar por la ventana y vi una bicicleta volar por los aires. La miré hasta que cayó al piso. Luego miré el parabrisas. Sangre. Tanta sangre. No, mejor no prendo los limpiabrisas. No se vería bien. No me quiero bajar del carro. Esto tiene que ser un mal sueño. Bueno, ya, tengo que bajarme y lidiar con esto.

Lidiar con esto. Sí, eso era lo que tenía que hacer. Me bajé del carro y miré la bicicleta. O lo que quedaba de ella. Después miré a la derecha lentamente. Quería retrasar lo inevitable. Pero finalmente mis ojos llegaron a ese cuerpo inmóvil. Estaba aún más lejos del carro que la bicicleta.  No me explicaba cómo había llegado hasta allí, pero en verdad nunca fui bueno para la física. Me le acerqué, también lentamente. Los transeúntes que antes miraban aterrados ahora me miraban con rabia, por no ir tan rápido como se esperaría en esos momentos. Pero ya qué. Sus sesos estaban en el panorámico de mi carro. Y su cráneo. Y su sangre. Tanta sangre. Cuando estuve a dos pasos de ese pobre mortal, mi corazón bajó un poco más. Sentí cómo los ventrículos se desprendían por completo de mí mismo, dejándome para siempre como un muerto viviente. Era Carolina. Al parecer esa mañana había decidido salir en bicicleta. Lo último que vi antes de salir de la casa fue su casco rosado sobre la mesa de la cocina.

lunes, 15 de noviembre de 2010

EL DESASTRE

(Séptimo ejercicio de taller de narración: escribir un cuento con tema libre y darle tres finales diferentes)

Jugaba con una bolsita de azúcar mientras esperaba por ella. La mesera se le acercó a preguntarle si quería otra taza de café. El respondió que no con la cabeza y una sonrisa falsa. Tenía dolor de estómago. Haberse comido ese pie de frutos del bosque había sido un error. Siempre que estaba nervioso le daban ganas de cagar. Pero no podía. Odiaba los baños públicos. Más que nada por ser públicos. Y además porque le daba pena que la siguiente persona que entrara se diera cuenta de lo que acababa de hacer. Ella siempre le decía que no fuera bobo, que lo más probable era que nunca volviera a ver a esa persona, pero que en cambio los males que causa aguantar un cago sí le durarían para toda la vida. –De algo me tengo que morir- refutaba él cada vez.

Mientras estos pensamientos escatológicos revoloteaban en su cabeza, llegó ella. Estaba más arreglada que de costumbre. Eso le pareció sospechoso. -¿Será que sabe? Imposible. Si no le he dicho a nadie. Claro que las mujeres siempre se pillan esas cosas. Son como brujas – reflexionó mientras la saludaba. Ella se sentó e inmediatamente llegó la mesera que le había ofrecido café a él hacía unos minutos. Antes de preguntarle a ella qué quería, la mesera lo miró de reojo. Eso también le pareció sospechoso. Era como si ella también supiera. De pronto todas las mujeres del mundo sabían.

Ella pidió un café negro y un pedazo del mismo pie de frutos del bosque que él se había comido mientras la esperaba. Apenas se lo trajeron sintió cómo su estómago se retorcía. -¿Estás bien? Te pusiste verde como un muerto – dijo ella mientras masticaba un gran pedazo de pie. – ¿De qué hablas? Estoy bien – respondió él, algo prevenido. Ella le hizo cara de "uy mijito, ya no se te puede decir nada" y tomó un sorbo de café. Él seguía jugando con la bolsita de azúcar, que ya estaba a punto romperse. Los dos estaban callados. Era raro porque siempre tenían cosas de qué hablar, pero ese día era diferente. Todo estaba a punto de cambiar.

PRIMER FINAL
-Estás muy linda -él rompió el silencio. Ella le agradeció con una sonrisa. La bolsita de azúcar por fin se rompió. Los granitos transparentes se veían como diamantes miniatura regados por toda la mesa. Al ver ese hermoso desastre, ella lo miró y le sonrió con dulzura, luego cogió una servilleta, juntó todos los granos de azúcar al borde de la mesa y los echó sobre el plato en el que ya solo quedaban los rastros del relleno de su pie. Cuando terminó de limpiar puso su mano sobre la de él. –Aquí fue -pensó. Quitó su mano de debajo de la de ella, se la metió al bolsillo y sacó una cajita de terciopelo color uva. Creyó que al hacerlo se iba a cagar ahí mismo, sobre la silla del café donde se habían vuelto novios hacía cinco años. Pero pasó todo lo contrario. Sintió ese alivio que uno siente cuando caga después de haber aguantado mucho tiempo, como él lo había hecho tantas veces. Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de ella. Él tenía razón, ella sabía. Pero no importaba, había recogido su hermoso desastre con una dulce sonrisa en la boca. – ¿Nos casamos? – le preguntó.

SEGUNDO FINAL
- ¿Cómo te fue hoy? – preguntó él con la voz entrecortada. Ella suspiró hacia afuera y movió la cabeza de lado a lado. -Los dos sabemos para qué estamos aquí, entonces por qué no dices lo que tienes que decir de una vez – respondió ella y tomó un sorbo de su café a ver si con eso se disolvía el nudo que tenía en la garganta. La bolsita de azúcar por fin se rompió. Los dos miraron los granos transparentes regados por toda la mesa. Era un desastre. Pequeño, pero desastre al fin y al cabo. –Es el colmo –suspiró ella sin quitar los ojos de la mesa. El nudo de su garganta dejó escapar una lágrima que ella limpió antes de que rodara por su mejilla. Él la miró extrañado. No entendía nada. –Podrías haberme terminado en cualquier parte. No precisamente en el mismo sitio donde me pediste ser tu novia. No precisamente el día de nuestro quinto aniversario – después de decir eso ya no pudo aguantar más y rompió en llanto. Él empezó a jugar con otra bolsita de azúcar. No se acordaba que ese día era su aniversario. Ya no se acordaba ni de por qué le había pedido que fuera su novia. La mesera volvió a mirarlo de reojo.

TERCER FINAL
Cuando terminó de comerse el pedazo de pie que había pedido, se limpió la boca con la servilleta y le hizo señas a la mesera para que volviera. Cuando estuvo frente a la mesa le pidió una tajada del ponqué de chocolate que había visto sobre el mostrador al entrar. La bolsita de azúcar por fin se rompió. –Pensé que estabas haciendo dieta – dijo él sin calcular la gravedad de sus palabras. Ella lo miró a él, luego a los granos de azúcar sobre la mesa y luego otra vez a él. –Eres un desastre. Yo por lo menos solo soy gorda – en ese momento llegó la mesera con el ponqué de chocolate. Le había servido un pedazo muy grande. Antes de irse le picó el ojo a ella. A él lo volvió a mirar de reojo. –No dije que estuvieras gorda. ¿Pero sabes qué? Prefiero ser un desastre, flaco – no se sintió orgulloso de lo que acababa de decir pero al mismo tiempo hizo que se le quitaran las ganas de cagar. –Ay, hijo, por qué no más bien te callas y me traes otra bolsita de azúcar ya que decidiste romper la última-. La miró con odio, se paró de la mesa y miró alrededor. No había nadie más en el café. Encima del mostrador había un cuchillo. Estaba untado de la crema del ponqué de chocolate. –Sería poético – pensó.

sábado, 6 de noviembre de 2010

LA VIDA SIN USTEDES

(Sexto ejercicio de taller de escritura: Crear un cuento con diálogos inspirado en esta lectura: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/lovecraf/azathoth.htm)

Estaba acostado sobre su cama. Tenía los ojos abiertos. No parpadeaba. Hacía días que no dormía. ¿O eran años? Ya no lo recordaba. Su cuarto era pequeño. Tanto, que a veces sentía que cada día las paredes se movían un centímetro hacia adelante y que un buen día iban a terminar por aplastarlo, como pasaba en las películas de miedo que tanto le gustaba ver cuando todavía podía dormir. De repente entreabrió la boca.

-Los extraño -susurró sin ganas.

-Lo sabemos.

-Trato de encontrarlos cada vez que miro por la ventana, pero ya nunca están. ¿A dónde se fueron?

-Más cerca de lo que piensas.

-Donde sea, quiero estar allá. Llévenme con ustedes. Todo volverá a ser como antes, lo prometo. Como cuando nos acostábamos a soñar bajo el árbol del parque en primavera.

-No podemos.

-Pero, ¿por qué? ¿Yo qué les hice para que me hayan abandonado así? ¿Saben que no duermo hace días? Tal vez ya son años.

-No es nuestra culpa.

-Entonces, ¿de quién?

-Eso no lo sabemos.

-Esa es solo una manera cobarde de decir que es un poco mi culpa –suspiró entre resignado y furioso.

-Tal vez lo es un poco.

-Pero si me llevan con ustedes, cambiaré. Me portaré bien. ¡Lo juro! Por favor, voy a morir si sigo así. Y si no muero, entonces terminaré yo conmigo mismo y eso sí será su culpa –escupió entre dientes.

-No nos amenaces.

-No es una amenaza. Es la verdad. Si no me llevan con ustedes voy a tirarme por mi estrecha ventana. Las paredes grises de estos rascacielos me verán caer como me han visto caer ustedes tantas veces, solo que esta vez, no despertaré antes de chocar contra el suelo –gritó mientras las lágrimas salían de sus ojos, rodaban por su sien y mojaban la funda de su almohada.

-Te va a doler.

-No me importa. No puede ser peor que vivir sin ustedes.

En ese momento, sus lágrimas se convirtieron en un profundo llanto.

-También nosotros te extrañamos –susurraron con voz triste.

-Por favor, los he buscado por miles de días, o acaso, ¿ya son años? No es justo.

-La vida no lo es. Lo sabes.

-Saber eso no me sirve de nada en este momento. Entre la muerte y la vida sin
ustedes, prefiero la muerte. En esa por lo menos podré dormir.

-¿Por qué estás tan seguro?

-No lo estoy. De lo que sí estoy seguro es que la muerte debe ser más piadosa que ustedes.

-Puede ser. También puede que no.

-Ya lo averiguaré. Y cuando sea yo el que me vaya, son ustedes los que me van a extrañar. Y seré yo quien los verá llorar. Ya me lo imagino. La muerte y yo burlándonos de ustedes antes de ir a tomar la siesta.

Se paró de la cama lentamente, mientras secaba las lágrimas de su rostro. Caminó dos pasos hasta la silla que estaba frente a su escritorio y se paró sobre ella. Del techo colgaba una soga. Estaba ahí hacía días, ¿o tal vez años?, ya no lo recordaba. Se la puso alrededor del cuello y saltó sin dudar. Su cuerpo se balanceó como un péndulo y al notar que incluso muerto no podía cerrar los ojos, ellos se acercaron y se los cerraron.

-Estuvimos aquí todo el tiempo. Eras tú el que no nos dejaba salir -murmuraron en su oído, antes de salir por la ventana.

martes, 2 de noviembre de 2010

VIEJA HIJUEPUTA

(Quinto ejercicio de taller de escritura: contar un robo desde el punto de vista del ladrón)

Vean a esa vieja hijueputa repartiéndole pan a las palomas y uno acá cagado del hambre. Fijo voy y le pido y no me da ni una borona. Parce, qué hambre tan hijueputa y yo sin un peso ni pa’ una papeleta. ¡Ja! Esa paloma casi se le caga encima a ese man. Ututuy, ese chino de allá tiene ganas de que le quite ese aipol tan bonito. Apenas vaya a cruzar la calle me le mando. Señor, señor, una monedita que tengo hambre. Ah, pirobo hijueputa. ¿Será que mejor me le robo el celular a esa viejita que está haciendo abdominales? Está ahí pagando encima de esa banca. Uy no, la pobre abuelita. Hasta se parece a la cucha. Bueno aquí fue. Mejor le saco el chuzo a esta gonorrea, que tiene cara de alzado. !Bájese de la billetera mono, pero ya! El aipol también, ¿qué creyó? Fresco chino, no llore, que si me da todo yo no le hago nada. Vea, tenga sus papeles pa’ que no diga que no lo ayudo. ¿Usted qué pirobo, qué mira? Eso, siga caminando mejor. Ojalá el Peluza esté todavía por la Plaza a ver si me vende una papeleta. Vean a esa vieja hijueputa dándole pan a ese perro. Piroba.

DESDE LA CANDELARIA HASTA UNICENTRO

(Quinto ejercicio de taller de escritura: contar el mismo robo desde el punto de vista de una paloma)

Estoy mamada. Claro, es que ya llevo volando desde Lourdes. Me acuerdo cuando era joven y podía irme desde la Candelaria hasta Unicentro sin parar. También tengo ganas como de cagar. Listo. Agh, no le di al man. Le hubiera a apuntado a esos viejitos que están haciendo abdominales allá. No mentiras, qué pecadito, todos viejitos. Uff, allá veo a una señora echándole arroz a otras amigas. No tengo tanta hambre pero qué importa, voy a bajar allá a ver si descanso y como un poquito. Hmm, ese man de allá se ve como sospechoso. Tiene pura cara de querer atracar a ese chino que va escuchando música en el iPod. Hola, hola chicas. ¿Cómo está la comidita? ¡Uy! ¿Esta señora está dando pancito también? Está bueno. ¡Ay! ¡Vean! ¡Vean a ese choro atracando a ese chino! Yo lo canté desde arriba. Es que yo ya me los conozco. En la Plaza de Bolívar he visto más atracos que granos de maíz, con eso les digo todo. Eso allá es caliente. ¡Ay bendito! Ese chuzo está bien oxidado. Ojalá el chino no sea bobo y le entregue todo. Esos bazuqueros son de temer. Y vea ese otro tipo pasándole ahí al lado y no hace nada. Ush, la gente sí es que es el colmo. Claro que a mí tampoco me darían ganas de ayudarle a ese chino todo emo. Ay no, qué pecadito, se puso a llorar. ¡Pilas, pilas chicas que allá viene un perro y se nota que tiene hambre! Yo mejor me abro de acá que todavía estoy lejos de Unicentro.

martes, 19 de octubre de 2010

CÍNICOS PERO MÁGICOS

No es fácil ser pobre. No es fácil estar enfermo. No es fácil ser viejo. No es fácil ser feo. No es fácil ser gordo. O demasiado flaco. No es fácil decir la verdad. No es fácil ser fiel. No es fácil ser feliz. El amor no es fácil. No es fácil ser mujer. Ni tampoco hombre. Aunque ser hombre es un poco más fácil que ser mujer. No es fácil tener éxito. No es fácil llegar a ser rico. No es fácil encontrar tu talento. Y es menos fácil descubrir que no tienes ninguno. No es fácil la monotonía. No es fácil no sentir envidia de aquellos cuyas vidas no son monótonas. No es fácil vivir en este planeta. No es fácil vivir. Los escucho. No sé si los entiendo, pero qué voy a entender yo desde tan lejos y siendo tan distinto.

Desde hace tiempo los observo. He visto sus guerras. Las que empezaron con razón y las que no. Los he visto reír y llorar. Los he visto lograr cosas que ni ustedes mismos imaginaban que eran capaces de hacer. Buenas y malas. Tristemente, más malas que buenas. Pero lo que más los he visto hacer, es quejarse. De todo. Si están felices, no están tan felices como el que tienen al lado. Y si están tristes, reniegan porque lo están. Yo desde aquí, en realidad lo veo más sencillo. Ustedes son todos muy parecidos. Sienten las mismas cosas. Se entienden. Esa empatía debería ser suficiente para hacer que todo se sintiera un poco más… fácil. Eso sí que lo entiendo bien yo, que me he pasado toda la eternidad recorriendo el universo completamente solo.

Soy el único de mi especie. No sé si hubo otros antes que yo, pero si los hubo, no los conocí. No tengo anillos, ni lunas, ni cráteres. No soy caliente, ni tampoco frío. No tengo vida. Ni siquiera un simple organismo unicelular. No tengo agua. Ni orbito nada. No soy un hoyo negro. Soy incluso menos que eso. Soy un retroplaneta, o por lo menos así es como me gusta llamarme, porque creo que soy un planeta, pero si no le intereso a nadie, debe ser porque estoy pasado de moda.

Desde que recuerdo, me la he pasado flotando de galaxia en galaxia. He visto cosas que no podría explicar con palabras. Con ustedes no es que pueda utilizar la frase “tendrían que verlo con sus propios ojos”, porque claramente antes de llegar a esos lugares, bueno, morirían. Sí, he viajado por todo el universo, literalmente y varias veces. Pero a pesar de que he visto cosas indescriptibles, ustedes siempre han sido lo que más me ha intrigado. Lo que siempre quiero volver a ver. No sé si es porque están todos locos. O porque son los únicos que me han notado sin siquiera saberlo.

Una noche estaba sobrevolando su atmósfera y me detuve a ver una pareja acostada en un parque. Sí, tengo buena vista. Los dos estaban tomados de la mano y miraban al cielo sin hablar. Me imaginé que estaban enamorados. Algo de lo que ustedes hablan tanto, pero que practican tan poco. De repente, cuando retomé mi camino, la mujer se levantó rápido sin soltarle la mano al hombre y me señaló. El hombre también se levantó un poco y los dos se miraron sorprendidos. “Pidamos un deseo”, dijo ella. “Está bien”, dijo el hombre sin preguntar por qué. Los dos cerraron los ojos. Y pasó algo que ni yo mismo me habría imaginado. Por algún motivo, que aún escapa a mi razón, pude escuchar sus deseos. Ella pidió que él le propusiera matrimonio y él pidió que ella dijera que sí. Pensé que tal vez de eso se trataba el amor, de querer las mismas cosas, al mismo tiempo y con los ojos cerrados. Sonreí y seguí mi camino. Cuando ellos volvieron a abrir sus ojos yo ya me había ido. Los imaginé tratando de adivinar qué era eso que habían visto. Eso que ojalá cumpliera sus deseos.

La siguiente vez que pasé por el mundo, su mundo, sucedió algo similar. No recuerdo dónde estaba pero vi a un hombre caminando torpemente por una calle solitaria y con una botella de whiskey barato en la mano. Se veía triste, estaba llorando. Imaginé que el motivo de su llanto era que acababa de perder su trabajo y tenía una familia que mantener. De repente me vio en el cielo y su cara se iluminó. Secó rápidamente las lágrimas de sus ojos, los cerró y como la pareja que había visto hacia un tiempo, pidió un deseo. “Quiero ganarme la lotería”, pensó. A él también pude escucharlo. Por alguna razón, sentí las más profundas ganas de cerrar los ojos y deseé cumplir el deseo de ese pobre hombre. Y sin saber cómo, ni por qué, lo logré. Tal vez cuando alguien cree mucho en tu poder, te lo otorga. Al día siguiente el boleto de lotería que él tenía entre su bolsillo resultó ganador. Me sentí feliz. Pensé que desde ese momento su vida sería mucho más fácil, así como les gusta a ustedes. Pero no, esa mañana muy temprano, el hombre fue a comprar cervezas a la tienda y al sacar los pocos billetes arrugados que tenía en el bolsillo, se le cayó el tiquete de lotería sin siquiera darse cuenta. Entonces pensé en si eso contaba como haber cumplido su deseo o no, porque cuando te pasa algo, pero no lo sabes, ¿en realidad te pasó?

Me siguió pasando lo mismo cada vez que pasaba por acá. Es de admirar que a pesar de su cinismo, aún sean tan propensos a creer en la magia. Cuando alguien me veía, cerraba los ojos y pensaba en un deseo, que yo inmediatamente cumplía, pero que cada vez, pasaba inadvertido por quien lo pedía. Una mujer que quería ser delgada y cuando le llegaba una suscripción gratis al gimnasio, prefería parar en la heladería. Una niña que soñaba con tener la muñeca de moda y cuando se la ganaba en la rifa de una fiesta de cumpleaños, le gustaba más la que tenía su amiga. El hombre que deseaba conquistar a la mujer de sus sueños y cuando ella le correspondía, su amor por ella moría.

Era frustrante y la vez gratificante porque aunque no se daban cuenta de lo que hacía, mi presencia se convirtió en motivo de felicidad para ustedes. Y por primera vez en mi vida, me sentí vivo. Porque la verdad es que solo existes cuando alguien te ve. He escuchado que me llaman estrella fugaz. Tal vez es porque desde allá abajo me veo como un pequeño punto luminoso que pasa rápidamente. Yo sigo cumpliendo sus deseos cada vez que me ven pero hasta ahora ninguno de ustedes se ha dado cuenta de que siempre se los cumplo. Entonces me pregunto si lo real de mi magia llega solo hasta el momento en que cierran los ojos. Si esa fe, tan fugaz como mi paso por su cielo, es suficiente para hacerlos felices. Si en realidad quieren que su vida sea más fácil cuando se empeñan tanto en complicarla.

No es fácil querer lo que no tienes. No es fácil que otros que no lo quieren tanto lo tengan. Y es menos fácil conseguirlo y darte cuenta de que ya no lo quieres. No es fácil trabajar para ganarte las cosas. Ni que ese trabajo no sea el de tus sueños. Pero tampoco es fácil apreciar lo que te ganas sin trabajar. No es fácil descubrir qué es lo que quieres. No es fácil que al descubrirlo, no te sientas satisfecho. Y es aún menos fácil descubrir que nunca vas a terminar de descubrirlo. Pero lo menos fácil de todo, lo que es en realidad difícil, es querer que la vida sea fácil y que no se den cuenta de que lo único que la complica es querer precisamente eso.

martes, 12 de octubre de 2010

MONSTRUO EN EL BAÑO

(Segundo cuento de taller de escritura: darle una nueva historia al personaje Aquaman, en un baño y con tono de miedo)

No solía odiar tanto a los hombres. Solo los odiaba un poco. Cuando aún podía pasar la mayor parte de su tiempo en el agua, los miraba desde lejos y se burlaba de su manera torpe de nadar. Solo de vez en cuando le daba por agarrar a uno de la pierna y zarandearlo un poco. Aunque a muchos de ellos nunca los volvieron a ver, él siempre negó su responsabilidad en el asunto. Pero sus cacerías furtivas y sus risas burlonas se acabarían más pronto de lo que él mismo habría creído.

Poco a poco, los hombres llenaron el océano de tanta porquería, que llegó un día en que le fue imposible seguir viviendo ahí. El agua estaba tan sucia que se la pasaba con conjuntivitis y las cosas que alcanzaron a quedar atrapadas en los tejidos que tenía entre los dedos y en sus agallas, eran dignas de historias de terror. Entonces tuvo que salir y buscar trabajo en tierra firme. Como no sabía hacer mucho más que nadar, el único puesto que consiguió fue el de empleado del servicio en la casa de un hombre viejo. Tan viejo, que había perdido el olfato y no percibía su olor a pescado.

Desde su primer día de trabajo, el viejo don Raúl le pidió que lavara el baño del sótano. Le dijo que hacía mucho tiempo que nadie entraba allí, pues sus anteriores mucamas no se atrevían a bajar muy seguido. "Es porque son mujeres y las mujeres se asustan fácilmente con la oscuridad", decía el viejo. Por eso había decidido contratar un hombre, o lo que fuera él en todo caso, para que se encargara de los quehaceres del hogar. El viejo le contó que cada vez que salía dejaba encerradas con llave a las empleadas para que no fueran a robarle sus objetos de valor y que una vez había llegado del médico y cuando abrió la puerta, la empleada salió corriendo despavorida como si el mismísimo diablo la hubiera espantado. Por eso con el tiempo se habían tejido historias acerca de su casa y su sótano.

A nuestro personaje poco y nada le asustaba lo que le causara temor a los simples mortales. O por lo menos eso era lo que decía. Así que desde ese primer día fue al patio de ropas y dentro de un balde echó todos los implementos necesarios para limpiar ese baño al que nadie entraba desde hacía quién sabe cuánto. Bajó las escaleras despacio. La madera crujía tan fuerte que parecía que se fuera abrir bajo sus pies. Había polvo y telarañas por todas partes. En una esquina, contra una pared estaba el retrato de una mujer gorda y malencarada, que parecía mirarlo como si le estuviera lanzando una maldición. Era la difunta esposa de don Raúl. Muchas de las empleadas decían que era ella quien habitaba en el sótano y las asustaba cada vez que don Raúl las dejaba solas. Al fondo del sótano, estaba el baño. Tenía una puerta de madera verde. Estaba cerrada.

Una vez estuvo frente a ella, la abrió lentamente con su mano llena de escamas, con mucho cuidado de no hacer chillar las bisagras, que claramente jamás habían sido aceitadas. No sabía por qué pero no quería hacer ruido. Con el de los latidos acelerados de sus dos corazones era suficiente. Una vez la puerta estuvo abierta completamente, la vio. Era mucho peor que un fantasma. Era un monstruo que ni en sus más terribles sueños habría podido imaginar. Quiso salir corriendo pero el pánico lo paralizó. Además no quería despertarlo. Imaginó que si lo hacía, era muy posible que su cuerpo gelatinoso y amorfo, tan parecido al suyo, se le abalanzaría y lo ahogaría con su olor fétido. Luego saldría de la casa, dejando un rastro de infección a su paso y terminaría por matar a todos los ciudadanos del mundo hasta que solo quedara él. Morir a manos de un monstruo como ese lo aterraba, pero el pensamiento de que aniquilara a toda la humanidad, por un segundo, dibujó una sonrisa de agalla a agalla en su rostro.

Cerró los ojos y contó hasta 10. No respiró profundo porque pensó que moriría al aspirar tanta muerte. Abrió los ojos, cogió la chupa y empezó a destapar el inodoro del baño, en el que había, por lo menos, lo equivalente a 5 días de cagos. Lo que nuestro personaje aprendió desde su primer día de trabajo era que el viejo don Raúl tenía Alzheimer y que siempre iba a cagar al baño del sótano y se le olvidaba halar la cuerda. Tras destapar el baño la primera de muchas veces, se sintió como un héroe y se autoproclamó Aquaman.

lunes, 11 de octubre de 2010

QUERIDO EXTRAÑO

(Primer cuento de taller de escritura: escribir un cuento basado en un artículo. El mío está basado en este: http://www.elpais.com/articulo/reportajes/escriben/condenados/muerte/elpepusocdmg/20100926elpdmgrep_4/Tes)

Querido extraño:
Era un lunes gris. Caminaba hacia el paradero del bus. Me disponía a cruzar la calle cuando lo vi. Su cabecita atorada bajo la puerta del garaje era un cuadro patético. Cómo le habría cabido por ahí en un principio era todo un misterio. Seguramente él estaba pensando lo mismo. O tal vez entre la comunidad canina  también corre el falso rumor de que por donde cabe la cabeza cabe el cuerpo, e intentó escapar.  Lloraba muy bajito. Con tristeza. Y resignación. Se notaba que le dolía. Que estaba asustado. Yo me quedé mirándolo un segundo. O un minuto. No sé. Pensé en acercarme a la casa y timbrar. Hacer algo para que sus dueños se dieran cuenta de que su perro sufría. Que tal vez no deberían dejarlo tanto tiempo solo en el garaje. Que no debieron dejar de quererlo cuando dejó de ser cachorro. Pero no lo hice. No timbré. Pasé junto al perro y seguí mi camino hacia el paradero. Lo dejé ahí, solo y asustado. El bus me recogió y me llevó a la escuela como todos los lunes. Y martes. Y miércoles. Y jueves. Y viernes. Yo seguí con mi día. Normal. Como si no hubiera visto a un pobre perro con la cabeza atorada bajo la puerta de un garaje sin hacer nada. “Soy peor que sus dueños” pensé.

Era un martes lluvioso. Una amiga me había invitado a su casa de campo de vacaciones. Su tío nos estaba llevando en su Monza color vino. Era un hombre calvo y mal hablado. Tenía en su rostro la expresión que llevan los hombres con vidas mediocres. O tal vez la que llevan los hombres que no son buenos. No sé. Paramos en una estación de gasolina y llenó el tanque. Nos preguntó si queríamos algo de comer. Las dos dijimos que no. Él se compró un yogurt. Era de fresa. Cuando terminó de tomárselo, lentamente bajó la ventana del carro. No sé si en realidad lo hizo lentamente o si así es como lo recuerdo yo. Tomó el último sorbo de yogurt de fresa y tiró el vaso a la calle. Sentí cómo se me destemplaba la boca del estómago. Estaba confirmado: no era un hombre bueno. Quise gritarle que era un bruto. Que si la puta de su madre no le había enseñado que la basura se bota en la caneca. Que cómo se sentiría si supiera que un animal se comería ese vaso de plástico y moriría tan lentamente como él había bajado la ventana del carro. O por lo menos tan lentamente como yo lo recordaba. Pero no lo hice. No dije nada. Él siguió manejando mientras yo trataba de calmar mi estómago destemplado. “Soy más mala que él”, pensé.

Era un miércoles por la noche. Salimos a bailar a un bar. Él estaba ahí. Él. Me moría por él. Por su discurso engreído. Por su forma de bailar sin mover los pies de un punto fijo. Por su pelo crespo y sus dientes grandes. Alguna vez escuché en un programa de televisión que la mayoría de la gente tiene los dientes más pequeños de lo que deberían y que la gente más linda los tiene grandes. Como él. Él. El amor de mi vida. Bailamos toda la noche y a la salida nos montamos en su carro. Era un Lada blanco. Viejo y feo. Pero era de él. Entonces era perfecto. Estábamos en el puesto de atrás. Él me besaba el cuello y yo sentía que era muy posible que muriera ahí mismo. Y que esa sería la mejor manera de morir. Yo quería mirarlo fijamente y plantarle un beso de telenovela. Él no lo iba a hacer y yo lo sabía. Yo tampoco lo hice. No tuve el valor. Llegaron todos los demás y se montaron al carro. El momento se había ido. Quizás para siempre. “Soy una estúpida”, pensé.

Era un jueves frío. Ella me miraba incrédula. Esa no era la manera en que su vida tenía que terminar. No con mis manos rodeando su cuello con tanta fuerza. No con una bebé de 8 meses en su vientre. Seguramente siempre había soñado que moriría vieja. En una mecedora. Tranquila. Habiendo criado a sus hijos y conocido a sus nietos. Pero la maté. Le robé su bebé y su sueño. Llamé a mi esposo desde la casa de ella y le dije que había acabado de tener a nuestra hija mientras estaba de compras. Desde hacía 9 meses lo tenía convencido de que estaba embarazada para que no me dejara por su secretaria. Todo era demasiado cliché. No tenía nada más planeado. La cargué y la bebé me miró de la misma manera que su verdadera madre lo había hecho hacía tan solo unos minutos. Incrédula. Y lloré. Lloré porque me di cuenta de que ella sabía lo que yo había hecho. Todo. Sabía que no había ayudado al perro atorado bajo la puerta del garaje en mi camino al paradero del bus. Y que no le había dicho nada al tío de mi amiga cuando botó el vaso de yogurt de fresa por la ventana del carro. Y que no me había atrevido a besarlo a él en el puesto de atrás de su Lada blanco. Y que acababa de matar a su madre. “No debí haber hecho esto”, pensé.

Ahora es viernes. No sé si gris, o lluvioso, o frío. No sé y no importa. Es el último viernes de mi vida. Y éstas, las últimas palabras de una carta que ya no podré escribir. Querido extraño, me gustaría que la hubieras leído. Que aunque sea una persona en el mundo supiera que me arrepiento. De todo. No lo dije en el juicio. Tampoco en los 10 años que llevo esperando que llegue este momento. Ahora una mujer me está clavando agujas en los brazos. Los mismos brazos que la mataron. Esto es a lo que se refieren cuando dicen “ojo por ojo”. Quiero llorar pero tengo tanto miedo que no puedo. Me pregunto si ella sintió lo mismo que yo. Qué le habrá pasado por la cabeza antes de cerrar los ojos. ¿Será que también recordó todas las cosas de las que se arrepentía como yo? Espero que no. Espero que, como dicen por ahí, la vida le haya pasado frente a los ojos y que su vida estuviera llena de momentos felices. Todos menos el último. Tras el vidrio puedo ver a su esposo mirándome fijamente, así como quise mirarlo a él, al amor de mi vida, ese miércoles por la noche. Pero el momento se ha ido. Esta vez para siempre. “Debí haberlo besado”, pensé.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

PROFECÍA DE BAÑO

(Segundo ejercicio de taller de escritura: Escribir un cuento descriptivo en un baño en tono profético) Hay un orinal en el baño. ¿Qué querrá decir eso? ¿Será que alguien me está queriendo decir algo? ¿Acaso que en una próxima vida seré hombre y ya no me importará ser flaca? Apuesto que es eso. La manera de los dioses de decirme que llegará el momento en que el papel de colgadura blanco y negro de un baño cualquiera ya no será testigo de cómo le devuelvo al mundo su abundancia. Que ya no tendré que mirarme a un espejo con pequeñas gotas de espuma en su parte inferior, mientras trato de disimular mis ojos rojos y aguados con algo de maquillaje antes de salir del baño. Que mis rodillas ya nunca más tendrán que sentir el frío de esta baldosa negra que quién sabe cuántos han pisado. Que un inodoro blanco y estrecho ya no contendrá el remolino que se llevará mi almuerzo al infierno. Pero mientras llega esa otra vida, aquí viene la sopa.

domingo, 26 de septiembre de 2010

EL PASTO Y LA SANGRE

(Primer ejercicio de taller de escritura: Escribir un cuento basado en El Club de la Pelea en una carnicería) Recuerdo poco de mi infancia. Sé que me gustaba caminar en círculos por el campo. El olor a pasto recién cortado. La leche tibia. A veces cierro los ojos e imagino que estoy ahí. Tranquila. Ingenua. Pero de repente, el olor a sangre me saca del trance. Abro los ojos y los veo allí. Entre los ganchos que cuelgan del techo. Se ven furiosos. Sus ojos me recuerdan a los de mi padre. El sonido de sus golpes me da escalofrío. También el de sus dientes cayendo sobre el frío piso de este lugar que ha sido testigo de tanto dolor. De tanta muerte. Pelean y pelean más. Y yo solo quiero decirles que se vayan, que me dejen sola con mis ganchos colgados del techo y mi olor a sangre. Que me dejen descansar en paz en éste, mi nuevo hogar. Que me tengan compasión ya que recuerdo tan poco de mi infancia. Entonces grito lo más fuerte que puedo. Grito, pero ellos no me escuchan. Debe ser porque los hombres no escuchan a los fantasmas. Especialmente al de una vaca.

martes, 17 de agosto de 2010

STUPID CUPID

I have to get rid of the crap,
the one in my room
and the one in my heart.
Find my way through all this clutter,
spill some gasoline on it
and set it on fire with a lighter.
I have to stop being stupid,
overthinking never helped anyone
especially those who refuse to see cupid.

lunes, 19 de julio de 2010

AL VACÍO

Hay gente que se enamora más que otra. Más a menudo. Más intensamente. De manera más incondicional. Más. Creo que no soy una de esas personas. O por lo menos hasta ahora no lo he sido. Me he enamorado. O aunque sea me lo ha parecido. Pero no como ellos. No como se ve en las películas basadas en libros de Jane Austen, donde las parejas se enamoran perdidamente con solo mirarse. Es un amor que duele. Pero que llena. Cada vez que veo una de esas películas, al salir del teatro, recuerdo el discurso de ese caballero guapo y galante, que nervioso le revela sus sentimientos a su bella dama y, por un momento, me lleno de fe. Creo que el amor de cuento de hadas sí existe y que me puede estar esperando a la vuelta de la esquina. Pero cuando llego a esa esquina solo me encuentro al borracho que acaba de salir de la tienda de al lado de mi casa, que se tropieza conmigo y ni siquiera tiene la delicadeza de pedir disculpas. Ese es mi galán.

Cuando entro a casa, mamá me pregunta que si otra vez fui sola a cine. Al escuchar mi respuesta afirmativa mueve la cabeza de lado a lado y tuerce la boca con desaprobación. No hay nada más triste que tu mamá piense que eres patética. Nunca se le ha ocurrido pensar que simplemente soy diferente. Que tal vez es por eso que no he encontrado el amor. O que no me ha encontrado él a mí. Porque en esta ciudad, si no en el mundo entero, casi todos los hombres son demasiado normales. No, ella solo ve a una solterona de 50 años, que vive con su madre para no tener que llenarse de gatos. Pobre, ella siempre soñó con casarme con un diplomático de un país lejano, que nos llevara a ella y a mí a vivir en una de esas casas que parecen de mentiras y que salen en los seriados estadounidenses. Qué se iba a imaginar que ni siquiera le podría comprar una casita nueva y sacarla de ésta, donde en cada esquina está el recuerdo de tantos golpes que le dio mi papá. Su galán.

Mamá ve televisión mientras lavo los platos de la comida. Esa es mi terapia. Ver los sobrados de lentejas y arroz irse por el sifón me llena de paz. No sé por qué. Tal vez me gusta ver que lo que ya no sirve tenga el destino que merece. Tal vez por eso también me gusta sacar la basura justo en el momento que pasa el camión. Siento cosquillas al ver a esos hombres vestidos de verde agarrando cada bolsa y lanzándola con fuerza hacia la trituradora. Me encanta el ruido que hace. Parece un gran monstruo que me salva de lo inservible. Los veo desaparecer al final de la calle, corriendo tras el camión. Qué galanes.

Qué pensaría mamá si supiera que esos hombres de verde, los que se deshacen de lo que yo ya no quiero, que cada noche libran batallas contra ratas rabiosas que no quieren que les roben sus tesoros, son los que me desvelan. Seguramente movería la cabeza de lado a lado y torcería la boca con desaprobación como siempre. O quién sabe, tal vez se pondría feliz de que por fin un hombre se fijara en mí. Diría “ no es un diplomático, pero por lo menos tiene un trabajo honesto” y por primera vez, se sentiría orgullosa de mí. Nos haría su famoso café en agua de panela y tomaríamos onces en el comedor. Ella le contaría mis travesuras de pequeña y todos reiríamos al mismo tiempo.

A veces quisiera dejar de pensar tanto en el amor. Resignarme. Pero no puedo. Me la paso pensando en por qué nunca he podido sentirlo como en las películas basadas en libros de Jane Austen. A veces pienso que enamorarse debe ser como saltar al vacío. Al principio se deben sentir unas cosquillas placenteras en el estómago. Como en la bajada de una montaña rusa. Debe ser emocionante y aunque a veces den ganas de vomitar uno no debe querer que se acabe. Lo malo es que uno nunca sabe si va a seguir cayendo o si se va a estrellar contra una superficie rocosa, rompiéndose huesos y órganos sin discriminación, dejando inválido el corazón, que de ahí en adelante no solo latiría más despacio, sino menos veces.

Entonces me pregunto si el amor es una capacidad genética, heredada desde tiempos inmemoriales, de ancestros que en mi caso, debieron ser más capaces de follar que de amar. O si tal vez es una habilidad aprendida, que uno entrena leyendo poemas de Neruda y Benedetti. Yo siempre fui demasiado cínica como para encontrarle encanto a la rima. O será que es algo que le pasa al alma antes de entrar al cuerpo. Me las imagino a todas en ese lugar donde se crean las almas, haciendo fila al borde de un planchón. Las que se lanzan son las que en carne y hueso saltarán de la misma manera al amor. Si es así, entonces mi alma debió haber escogido bajar por ascensor y ahora que está en mi cuerpo no es capaz de amar como en las películas. Por ser alma práctica. O tal vez perezosa. Más bien cobarde diría yo. Eso significaría que yo misma soy la culpable de estar sola. Creo que prefiero pensar que simplemente soy diferente y que los hombres de esta ciudad, si no del mundo entero, son demasiado normales. Es tarde, mejor me duermo. Mañana tengo que achicar la falda de doña Teresita. Si sigue adelgazándose así se va a morir. ¿Será que tiene cáncer?

martes, 22 de junio de 2010

WANT

What do I want? I want a fat wallet. Earned respect. A little structure. Is that too much to ask? I want a two-way highway. Reciprocity. Words with spine. That should make me stand. I want a curve of a nose that fits my mouth. Like a glove. I want no more brooding. Enough with the addicted and the damned. I want you. All of you. Every soft spot. Every wrinkle. Every inch. I want decent conversations. Not too arrogant. Not too complex. Not too. Just decent. I want a role-playing partner. Life is not a rehearsal, but it is an act, right? I want perfect kisses. Yours still top my list because I have only loved your lips. I want honest laughs. Ones that knock me off my feet one more time. I want to blow your mind. Into tiny little pieces and make soup for the hounds. I want to feel some empathy. A hint of remorse. Something that tells me I’m a little human. If only inside. I want a geek. Someone who like me doesn't know what it feels like to fail a subject. Thrive, pure and unadulterated thrive. I want to be on trial. And be found guilty. I want to be a flight risk and for you to aid and abet me. Something to wake me up. I want you to be my bitch. To fall head over heels and see if that’s what love feels like. I want to be a vampire and suck you dry. I want to read minds. And travel at the speed of light. I want to become supernatural in a high. I want to be religious. Speak in tongues. Have some faith. Maybe that will make it make sense. I want to be a piece of work. A spoiled brat. I want to throw temper tantrums that make you mad. Feel a taste of what it feels like to be a parent and maybe… change my mind. I want to make a cake out of this dough they call life. And give you a little piece with raspberry syrup on the side. I want to tell you everything I want.

viernes, 18 de junio de 2010

POR EL CAMINO VIEJO

Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo, en vez de sus usuales ganas de que los doctores den excusas médicas cuando la gente se siente triste. Eso o una droga que cure esa tristeza, pero una que no haga doler la cabeza, ni vomitar al día siguiente, efectos secundarios de la que ella siempre tomaba. “Nada peor que automedicarse”, decía con aliento a limpiavidrios, que es a lo que siempre me olió la ginebra.

Pero no, los médicos solo excusan las tristezas causadas por desbalances químicos y su tristeza, según ella, no era clínica, era simplemente tristeza y para esa no había nada que la medicina tradicional pudiera hacer. “Cambiar de vida, o tal vez volver a nacer”, decía. Aunque posible, la primera siempre le pareció más difícil que la segunda.

Para ella la tristeza era como el invierno. Así le produjera sueño y la sintiera como miles de agujas entrando por todo su cuerpo sin anestesia, tenía que seguir despertándose a la misma hora; comiendo la misma porción de papaya a ver si su estómago desagradecido cagaba por primera vez en días; teniendo que ir al mismo trabajo que para lo único que le servía era para aburrirla, que no era tarea difícil en todo caso, y bueno, para comprar esa medicina que aliviaba de manera temporal los síntomas de su largo invierno.

Por momentos pensaba que era solo una excusa para no tener que apalear la nieve por las mañanas. A veces cuando lo hacía, empezaba a llorar y las lágrimas se le congelaban una a una sobre la cara, hasta que parecía estar derritiéndose cual muñeca de cera. Se veía tan patética que no me quedaba más remedio que quitarle la pala de la mano y fabricar un camino por el que los dos pudiéramos escapar lo más rápido posible. Ella entraba a la casa obediente, como una niña de colegio, de esas que no saben qué se siente no hacer tareas y le dicen al profesor quién fue el que le pateó la lonchera en el recreo. Se iba al baño a echarse agua en la cara y después me observaba desde la ventana hasta que terminaba.

También olía a pretexto cuando al llegar de trabajar le preguntaba qué había de comer y ella solo bajaba la cabeza y miraba el mesón de la cocina, donde se encontraban muy bien dispuestos todos los ingredientes necesarios para hacer una cena elaborada, siendo ingredientes todavía. Nada qué hacer excepto quitarme la chaqueta, subirme las mangas de la camisa con resignación y terminar lo que ella había medio empezado. Ella se sentaba al otro lado del mesón y comía aceitunas negras que yo siempre le ponía en un platico para que se entretuviera mientras estaba lista la comida.

Ese día empezó como todos. Conmigo apaleando la nieve mientras ella lavaba su rostro desfigurado por las lágrimas congeladas en el baño. Entre ese momento y mi hora de llegada ignoraba qué era de su vida. Nunca hablábamos por teléfono, solo si era estrictamente necesario. Después de unos años juntos nos dimos cuenta de que contarnos las nimiedades de nuestro día a día no constituía más que un desperdicio de saliva. Llegué a casa. Sobre el mesón, una caja de pasta sin abrir y medio tarro de salsa napolitana. En la cocina, ella abriendo la lata de aceitunas. Era lo más que la había visto hacer por la cena en años. Le agradecí con una sonrisa. Me quité la chaqueta, me subí las mangas de la camisa y antes de empezar a cocinar cogí una aceituna entre el índice y el pulgar y me la llevé a la boca. Me chupé los dedos antes de sacarlos de mi boca y empecé a morder.

De repente, empecé a ponerme tan morado como la aceituna que, ese día, había decidido tomar el camino menos recorrido. El que nunca tomé yo. En ese momento, más que fijarme en sus ojos, que me seguían aterrados, llenos de lágrimas y sin saber qué hacer como siempre, mientras yo torpemente trataba de agarrarme de lo que fuera, como si eso fuera a ayudarme a poner la aceituna en el tracto correcto, sólo pude pensar en por qué la gente cuando se atora, dice que la comida se le fue por el camino viejo. ¿Por qué es viejo ese camino? ¿O es que por viejo deja filtrar las cosas que deberían irse por el correcto?

Después de eso, cuando ya se acercaba el momento, mi momento, me pasó algo que creía que solo pasaba en el cine. Vi mi vida pasar frente a mis ojos. Pero no la vida que ya había vivido, sino lo que me faltaba por vivir. Fue una sucesión de escenas idénticas, en las que lo único que cambiaba era mi ropa y hasta esa se repetía eventualmente. Sí, mi vida pasó frente a mis ojos como una película con principio y desenlace, pero sin nudo. Y saber que ya nunca más tendría que apalear la nieve mientras ella me miraba inerte por la ventana, que ya no tendría que hacer la comida cada noche mientras ella mascaba aceitunas sin siquiera tomarse la molestia de botar las semillas en la basura, me llenó de calma. Entonces dejé de aferrarme a las cortinas de la sala como si fueran mi propia vida y me dejé caer.

Tenía puesto un vestido de rayas y una bufanda de flores ese día. Hace unas semanas había hecho exactamente la misma combinación. “Rayas no salen con flores” pensé en ambas ocasiones, pero no se lo dije. Ella siempre se ponía bufanda, porque ver su cuello desnudo le hacía dar ganas de enrollarlo en una soga colgada del techo y saltar, como lo haría momentos después de verme tirado junto a la ventana, simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción, hasta ese momento, no solo rara sino imposible.

jueves, 29 de abril de 2010

PECES DE HONDA Y TRAQUETOS DE GIRARDOT

Algo que escribí con mis compañeritos de trabajo, en lo que ahora parece otra vida...

Mi mamá siempre me dijo que el amor pesa lo mismo en oro que en diamantes. En realidad nunca entendí eso, pero siempre se me viene esa frase a la cabeza cuando miro al espejo por las mañanas.

Y cuando miro al espejo me pregunto, ¿será que mi amor pesa oro o diamante? Y después me pregunto, ¿será que la gente notará que peso oro o diamante? Por ejemplo, para mí el amor de los traquetos pesa oro, claramente, el amor de los comprometidos pesará un diamante…

Pero el amor de mis amores solo tiene un peso en mi vagina, la que todos los días se llena de purito amor, el de verdad, nada de diamantes, nada de oro, no señor, puro amor puro amor, ahora bien, si vamos a medir ese amor, pues el del mío está de muy buen tamaño…

Y hay quienes dicen que el tamaño no importa, pero qué va, tengo la seguridad de que sí importa. Porque golpea más duro un bate de baseball que un barquillo de chocolate, y son más costosas y más finas las pelotas de basketball que unas sencillas canicas.

¿Será que es mi espejo el que está dañado? Ó pensándolo bien no sé si lo que me decía mi mamá era “el amor pesa lo mismo si es tu esposo o tu amante” la verdad siento un vacío en el estomago cuando pienso en esto, ya no solo lo pienso en las mañanas, se me ha vuelto una cosa de todo el día, mientras desayuno, almuerzo, ceno, y cuando voy al baño veo los diamantes y en la repisa del baño las fotos de mis amantes.

Pero en realidad la pregunta sería: ¿cuánto dura el amor? Y el espejo me dice: Hasta la eternidad, que en verdad es solo un instante, que hace que mi corazón palpite y así pueda seguir viviendo un segundo más.

Tic tac, tic tac. Así oigo mi corazón, como una bomba nuclear en una cuenta regresiva de palpitaciones. Esa vida que se me va entre oro y diamantes y espejos y amantes que me hablan y me hacen dudar. ¡Bum! Será que cuando explote mi corazón nuclear, ¿me muero o resucito?

Tic tac, tic tac, eso me hizo recordar ese delicioso dulcecito, que delicia la acidez de la primera chupadita, y que lástima que es cuando se desaparece, así es el amor, el placer y todo lo bueno, como la canción todo lo que empieza tiene un final, ¡ojalá que pronto termine este cuento!

Sabadibaduda Sabadibaduda y de nuevo lo que me gusta a mí, en Barranquilla y en Cartagena, hola que tal cómo te va… eso me lo enseñó una canción de mi adolescencia y lo repite mi amiga en mi ausencia…

Tamaños, vaginas, chupaditas, diamantes, oro, bombas, comidas, esposos, amantes, diamantes, traquetos, Cartagena, Barranquilla… Me falta Girardot para sentirme dentro de una trama de violencia y narcotráfico…

Sabrahyn Mustresti Santrafu Camaraun Triqui Wuki Snati Miti. Ni siquiera las palabras mágicas que me enseñó mi gerente espiritual en este momento me ayudan, me siento agotada con el fango en la cabeza y el agua dentro de mis orejas, pasan peces frente a mis ojos y me saludan, me dicen que vienen de Honda y traen un saludo de mi amigo que está en Girardot.

Lo único que hace que toda esta patraña se me olvide es el agua, porque hace que todo lo que no necesito se caiga, incluyendo el oro falso y las piedras que parecen diamantes, para harceme entender que estamos hechos de barro y la vida nos moldea a su manera.

jueves, 22 de abril de 2010

RIDDLE ME THIS

I’m brown. Like chocolate. Like your hair. And eyes. If you happen to have brown hair and eyes, of course. I’m brown like the trunk of that tree. I’m denser than water. I dissolve in it like Alka Seltzer. I’m not quite as fizzy, though. I’m not fizzy at all. I don’t dissolve as fast either. Oh and I don’t fix your stomach when it feels bad. Well… actually, I do. My irregular shape amuses me. How can you have created such awesome form? Makes me see you like an artist. A sculptress. Or a sculptor, if you’re a boy. Sometimes I feel like some sort of… mist. Maybe it’s because sometimes, most times, you feel me as a warm and cloudy and smelly fog. Did you guess who I am?

miércoles, 7 de abril de 2010

SIN LECHE, POR FAVOR

Cuando era chiquita odiaba que me sacaran los dientes. Cada vez que notaba que uno estaba ligeramente flojo empezaba dentro de mí una pequeña agonía. El diente cada día se aflojaba un poco más, lo sentía cada vez que podía ponerlo casi en posición horizontal a mi paladar. Cuando el diente de hueso empezaba a asomarse una parte de mí, la más racional, sabía que tenía que dejarlo ir. Pero mi otra parte, la que a veces predomina, no quería. Esa parte no estaba dispuesta a deshacerse de ese diente tan fácilmente. Por eso cada vez que mi mamá se acercaba con un pedazo de algodón en la mano, o un hilo en su defecto, yo empezaba a llorar e hiperventilar (se puede hacer las dos al mismo tiempo, por si alguna vez se lo preguntan en ¿Quién Quiere ser Millonario? Pasa lo contrario con tragar y respirar), y entraba en una histeria que casi siempre terminaba en una de esas palmadas que hacen salir a las niñas consentidas de sus pataletas. Sobra decir que el día en que me sacaron la última muela fue un buen día.

Años después, siendo ya una adolescente con unos buenos dientes de hueso (cabe anotar que jamás he tenido una caries), estaba esculcando una cajita de lata que mi mamá tenía guardada en un escritorio. Estaba llena de cositas, curiosidades, y en el fondo, reposando desde tiempos inmemoriales, yacían mis dientes de leche. Todos ellos. (Sí, puede pensar que mi mamá está algo loca sin temor a ofenderme). Al principio me pareció algo sórdido, digno de una de las escenas de Seven. Pero después entendí que las personas se aferran a las cosas que, de una u otra manera, contienen la esencia de la gente que quieren. Por eso debajo de la mesa de noche, o entre el clóset, o en el cajón del escritorio, cada uno tiene su cajita recuerdos.

De todos modos, sigo pensando que a uno le deberían crecer los dientes de hueso de una vez y evitar tanta pérdida desde tan temprano. Definitivamente no hemos terminado de evolucionar. De pronto así no tendríamos que guardar pequeños huesos semicarcomidos en el fondo de cajitas de lata. Y de pronto así seríamos más felices.

OH CHARLES

Hace poco oí a un hombre decir que las personas pertenecen al lugar donde las dejan estar. Solo alguien con la mente muy clara puede llegar a una reflexión como esa. Alguien que sabe que uno no es de la baldosa de ese baño que lo recibió de unas fétidas entrañas, ni tampoco es de esas entrañas, que ahora sin tanto hueso tendrán más espacio para cerveza. No, uno es del lugar donde lo dejan estar. Ese pensamiento debe venir muy bien en la cárcel. A Manson lo dejan estar ahí. ¿Desde cuándo será que mi sabiduría popular viene de asesinos en serie? 

martes, 9 de marzo de 2010

¿COINCIDENCIA? NO LO CREO...

Invierno es infierno con v. 

lunes, 15 de febrero de 2010

PSYCHO'S POEM


I will never see an elephant draw a flower vase in watercolors,
or walk by a dead bull’s carcass on the side of a Moroccan road.
I will never be at that temple were rats are sacred,
or take a picture with a sleeping princess at Disney World.

I will never get used to the idea of a life so ordinary,
nor to the fact that that word defines my everyday.
I will never see people dance on Broadway,
or stare at them in Rockefeller Center, spinning away.

I will never have a picture of me standing in front of the Big Ben,
nor have a glass of wine at the Eiffel tower like I dreamed when I was ten.
I will never go under water and meet a little old manta ray,
or love someone, anyone, in an interesting way.

So one day I will go to school with my daddy’s shotgun,
and I will shoot every single person at sight,
so that before my brains are scattered all over Suzy's cerebellum, 
I at least have one memorable night. 

jueves, 21 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 49 AÑOS

Dicen que por esta época da la crisis de la media vida, porque uno se da cuenta de que media vida ya se acabó y se siente particularmente conciente de su existencia. Creo que estoy teniendo la crisis de la media vida. A veces siento que quiero alejarme de todo para aprender a quererlo todo de nuevo. Pero eso ya lo he sentido antes y mi solución fue removerme físicamente de mi mundo para lograrlo. Y lo logré, pero me costó más lágrimas de las que esperaba. Ahora simplemente me voy a visitar a mis papás en la finca que mis hermanas y yo les compramos en Ricaurte y por unos días, me dejo consentir. A veces me da miedo que la gente deje de quererme por algo que diga o haga sin pensar. Eso también ya lo he sentido y mi solución era refugiarme en mi orgullo y esperar lo mejor. Todos siempre me perdonaron, pero siempre se quedaron esperando algo de mí. Ahora simplemente bajo la cabeza y pido perdón. También trato de no decir ni hacer tanto sin pensar. Eso funciona mejor. A veces siento que lo que hago no es tan especial y que si hubiera escogido cualquier otro rumbo habría logrado un presente igualmente satisfactorio. Eso también lo he sentido en el pasado y mi solución era quejarme. Y tratar de convencerme de que debía haber estudiado administración de empresas. Ahora simplemente abro una revista y encuentro mi nombre al final de un artículo y me doy cuenta de que escribir no es mi carrera, es mi vocación. ¡Qué extraño! Desde que recuerdo tengo momentos en que me siento particularmente conciente de mi existencia. Creo que estoy teniendo la crisis de la media vida. Creo que la he tenido muchas veces. Pero creo sólo hasta ahora… la entiendo.

miércoles, 20 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 42 AÑOS

Cuando mi mamá cumplió 42, fue la primera vez que celebró su cumpleaños. Se compró una pinta nueva, invitó a toda la familia y hasta se tomó unas copas, cosa que nunca hace. A mis 42, llevo celebrando mi cumpleaños desde que tengo memoria, estreno pinta en cada fiesta, invito a todos mis amigos y me tomo mis copas. A veces más de las que debería. Cuando mi mamá tenía 42, ya tenía tres hijas, porque mi mamá es de las que piensa que cada niño llega con un pan bajo el brazo. Yo en cambio, sigo pensando que los niños vienen pero con el brazo extendido cual mendigos y hasta puedo escuchar la voz de Cruela De Vil diciendo: “¿Y cómo piensan mantener tanto animal, si a duras penas se mantienen ustedes?”. Por eso a mis 42, tengo solo uno. Cuando mi mamá tenía 42, llevaba veintiuno casada con mi papá. A mis 42, no llevo ni diez, porque ha sido comprobado científicamente que los hombres buenos, los que son buenos para mí, por supuesto, están en vía de extinción y encontrar uno de los últimos especímenes sobrevivientes me tomó bastante más tiempo que a ella. Cuando mi mamá tenía 42, ya era una de esas personas que al ver unas flores marchitas sobre la mesa de su sala, lo que admira no es cómo están de feas, sino cuánto duraron. A mis 42, después de muchos años, entiendo que ser positivo, como ella, no es cuestión de conformidad, es la mejor manera de ser feliz. Cuando mi mamá tenía 42, se aguantaba mis berrinches antes de sacarme los dientes y después, me compraba un helado, que yo comía entre lágrimas y suspiros y en la noche, ponía 2,000 pesos bajo mi almohada. Cuando yo tenía 9 mi mamá tenía 42 y era, sigue siendo, la mejor mamá que conozco. Desde entonces, ya quería ser como ella. Eso intento.

martes, 19 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 35 AÑOS

Cumpleaños Feliz. Todos están aquí. Menos que hace unos años, pero más de los que muchas personas tienen a mi edad. A cualquier edad. Hacer amigos fue siempre un instinto para mí. Un rasgo genético. Te deseamos a ti. Una sonrisa empieza a apoderarse de mi boca. Inevitable. Todos cantan desentonados, algo intoxicados, con los ojos fijos en el mismo ponqué de chocolate que mi mamá me regala cada primero de octubre. Incluso ahora, que lo celebro en mi casa y tengo con qué comprarlo. Cumpleaños Catica. Ella también canta, más fuerte que todos, junto a mi papá que jamás dejará de desear que un buen día yo pare de crecer. Incluso ahora, que tengo arrugas y oculto mis canas. Miro hacia abajo y veo cinco líneas de luz, cada una dividida en siete puntos incandescentes. Es mi vida, luminosa. Que los cumpla feliz. Al otro lado de la mesa, mis hermanas. Hermosas, crespas como siempre. La ventaja de ser tanto menor que ellas es que en días como este me siento tanto más joven. Mis sobrinos hace rato dejaron de creer que soy una adolescente. Espero que se porten mejor que yo a los doce y a los dieciocho. Mucho mejor. Yo podría haber sido más comprensiva, tener más compasión. Que los vuelva a cumplir. Una mano muy pequeña sostiene mi mano derecha, fuerte. Una mano más grande sostiene la izquierda, fuerte también. Es mi familia. La mía. Que los siga cumpliendo, hasta el año tres mil. Cierro los ojos y trato de pensar en un deseo. Todos están aquí. Y mi vida es, en una palabra, luminosa. No necesito más. Soplo las velas. El flash de una cámara me ciega momentáneamente. Una sonrisa se apodera completamente de mi boca. Inevitable.

lunes, 18 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 28 AÑOS

Llegó con una maleta medio llena a un campo deshabitado. Se notaba que alguien había vivido allí. Había una casa abandonada. Una cerca a la que le faltaban algunas tablas. Flores marchitas en materas medio rotas. Un corral con las puertas abiertas de par en par. Apestaba a abandono, a tierra infértil. Debía ser por eso que sus habitantes previos habían escapado de allí. No le gustó ese lugar, se le notaba en la cara. Pero algo no le permitió irse. Seguir su camino con su maleta medio llena. Trató de dar un paso atrás, pero no lo consiguió. Por alguna razón, ajena a su entendimiento, quería entrar a esa casa y limpiar el polvo, quería arreglar la cerca, quería echarle agüita a las flores, quería poner un ternero en el corral. No para ella, no, tal vez para el que viniera después. Entonces puso su maleta medio llena en el piso de esa casa abandonada y se acomodó. Limpió el polvo. Arregló la cerca y la pintó de rosado. Sembró flores de colores y las puso en el alféizar. Trajo un ternero, le puso un nombre y una campana en el cuello. Todo con el ánimo de irse. De correr lejos. Pero cada vez que lo intentaba, cuando empezaba a correr, miraba hacia atrás y veía la casita, tan limpia, la cerca rosada, las flores en el alféizar, al ternero mirándola como ternero, rogándole con sus ojitos que no se fuera, que si se iba a ir, para qué lo había traído allí y lo había engañado con su falso amor. Entonces detenía su carrera y se devolvía. Vencida. Con las mismas ganas de irse del primer día. Con la certeza de que la única manera de abandonar ese lugar, era quemándolo. Así que cuando por fin estuvo frente a la casa, oliendo a gasolina y con un fósforo encendido en la mano, se preguntó si alguna vez llegaría a un lugar y si no le gustaba, se iría de inmediato. O si alguna vez llegaría a un lugar donde se quisiera quedar. Soltó el fósforo y empezó a andar. Esa vez no se volteó porque si lo hacía, vería los ojitos del pobre ternero y le daba miedo que le dieran ganas de volver y quemarse junto con la casita, tan limpia, y la cerca rosada y las flores del alféizar.

viernes, 15 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 21 AÑOS

De repente, una explosión. Pedazos de ventrículo y arterias regados sobre la baldosa blanca que hasta ese momento había permanecido inmaculada, incorrupta. Ahora debo limpiar. Recorrer todo el cuarto, recoger cada pedazo y meterlo en una bolsa de basura. ¡Qué desperdicio! Tanto músculo habría podido alimentar mucho animal. La sangre la dejo para el final, esa sale más fácil. Mis lágrimas y un trapero han de ser suficientes. No he parado de llorar en días. Me pregunto si eso es perjudicial para la salud. Qué sucio es el desamor, pero qué linda se ve la sangre sobre la baldosa blanca. Pollock no lo habría podido hacer mejor. Quién se iba a imaginar que cuatro palabritas lograrían tal espectáculo. Ya-no-te-amo. Lo difícil que me fue decir las últimas dos, la paciencia con que él las espero. Un adivino no habría podido predecir los sucesos que acontecerían. Maldito karma, algún día me la pagarás. Probablemente no. Necesito sentarme, no me siento bien. Este cuarto cada vez se hace más chico. Me huele a hierro, a carne cruda. Tengo los ojos hinchados y un vacío en esa parte del pecho donde solía haber un corazón. Ya no tengo pulso, únicamente el eco de esas cuatro palabritas, ya-no-te-amo, retumbándome en el tórax. Paro de llorar y respiro profundo. Lo sostengo. Me siento mejor. Pero al exhalar todo vuelve a como estaba. Vacío. Empiezo a llorar otra vez. Inconsolable, desesperada, sola. Muy sola. Una buena canción dice que todo comienzo significa el final de un comienzo anterior. Tal vez por eso las personas lloran al nacer y al morir, las lloran.

jueves, 14 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 14 AÑOS

¿Será que va a ser mejor? La primera vez no me gustó para nada. Ha pasado mucho tiempo desde eso. Más de un año. Fue en una fiesta, sobre unas escaleras. Cada vez que alguien abría la puerta salía la música y las risas de los que estaban adentro. Yo quería estar ahí. Bailando. Riendo. Pero Verónica ya lo había hecho. Yo no me podía quedar atrás. Él ni siquiera me gustaba. Era querido, pero no me gustaba. Me hablaba pero yo sólo oía la música que salía por la puerta. Intermitente. Y siguió la pregunta que terminaría en eso. “¿Quieres ser mi novia?” “Sí”, dije yo sin sentirlo. Intercambiamos una mirada nerviosa. Se me acercó. Se me acercó más. Y pasó. No sé cuánto duró. Sólo recuerdo sus babas. Tantas babas. Y el movimiento frenético de su lengua en mi boca. ¡Oh por dios! No es como en las películas. Ahora estoy aquí, parada frente a una casa de muñecas. Quisiera no haberme puesto este saco tan grande. Verónica tiene puesta una ombliguera de Minnie Mouse. Ya qué. Estoy aquí. Con él. Me gusta. No tanto como Miguel, pero me gusta. Tiene cuello ancho, como de boxeador. No parece de 14. Tengo ganas de hacerlo pero recuerdo esa primera vez y me da rebote. Tengo nervios. Y ganas de ir al baño. Va a pasar, lo sé. Lo veo en sus ojos. Ya sé reconocer esa mirada que lanzan los niños antes de hacerlo. ¿Qué tal que vuelva a ser horrible? No quiero que no me guste. Me habla pero yo sólo oigo un zumbido. Siento sus brazos en mi cintura. Quisiera ser tan flaca como Verónica. Se me acerca. Se me acerca más. Se siente distinto cuando el niño te gusta. Y pasa. No sé cuánto duró. Sólo sé que me gustó. No fue como en las películas, pero me gustó. Y recuperé la fe en los besos. Ahí, frente a una casa de muñecas. Mientras Verónica me miraba por la ventana.

miércoles, 13 de enero de 2010

7NENAS-7EDADES - YO - 7 AÑOS

Quiero jugar al ladrón. Meterme bajo las cobijas y sostenerme fuerte. No dejarme sacar. Quedarme ahí para siempre. Calientica y tranquila. Quiero comer helado. De tres sabores y con tres salsas, por favor. Mirar a papá y mamá y sonreír. Hacerles sentir que la felicidad se derrite en la boca y cuesta lo mismo que un cono de Crem-Helado. Frío y dulcecito. Quiero montar en llama. Cerrar los ojos y consentirle el cuello. Sus pasos firmes, uno tras otro, mientras el muchacho que la lleva de la rienda recuerda que cuando era niño, nadie lo llevó a montar en llama. Negra y suavecita. Quiero que me corten el capul. Ver mi mundo sin distorsiones, sin bloqueos. Libre de mechones de pelo. La frente al aire y la mente despejada. Sencillita e ignorante. Quiero que no se me caigan los dientes. Que nazcan de una vez los de hueso. No aprender lo que es la pérdida tan temprano. Mueca y solitaria. Quiero casarme con el tonto de Macgyver. Ser su navaja para salir de contratiempos. Amar como en la televisión y dar besos que no decepcionan. Babositos e inquietos. Quiero jugar a la madre soltera. Tener un bebé de mentiras. Que no caga, ni llora, ni mea. Cambiarle el pañal limpiecito, inoloro. Hacerle la comida invisible y ponerlo a dormir en la cuna que una vez albergó los sueños de otros muñecos, de otras niñas. Bonitos y sinceros. Quiero ir al Salto del Tequendama. Creer que los dioses lo pusieron ahí por una razón. Que en el mundo sí pasan cosas místicas y que no se supone que las debemos entender. No, no quiero volver a tener siete, sólo quiero volver a aprender lo que se siente.

martes, 12 de enero de 2010

MUJER FANTASMA


Hago dibujos en la arenera con un palito. Ese es un juego para uno. Las carcajadas de las demás interrumpen mi obra de vez en cuando. Levanto la mirada y las observo. La lleva de colores las persigue. Algunas se caen, algunas siguen corriendo. Todas se divierten. Sin excepción. A veces quisiera estar ahí. Riendo con ellas. Dejándome atrapar porque perseguir parece más divertido. Vuelvo a la arena. Ya no recuerdo lo que estaba dibujando. ¿Por qué será tan difícil jugar? Se supone que los niños nacen sabiendo. Saben naciendo. ¿A mí se me olvidó? ¿O nunca supe? ¿Será que soy la única? ¿O será que en otro colegio, en otro mundo, hay otra niña, dibujando otras cosas, en otra arenera, con otro palito? ¿Será que ella se está preguntando lo mismo que yo? Me gustaría conocerla. Tal vez me cogería de la mano y me diría que fuera su mejor amiga. Tal vez con ella podría jugar a la panadería en la arenera. Ese es un juego de dos. Pero tal vez cuando empezáramos a amasar nuestro pan de arena lo haría todo mal. Tal vez, si es como yo, no le sería fácil hacer amigos. Mejor me quedo sola con mi palito. Igual, las niñas que corren se caen y se raspan las rodillas. Se van llorando a la enfermería y les echan un líquido color sangre que arde. La enfermería huele igual a los clavos que mi mamá le echa a la natilla en Navidad. Odio la natilla. Nunca me he raspado la rodilla. Ni me he roto el brazo por jugar en el pasamanos. ¡Ring! Se acabó el recreo. Un palito se queda solo en la arenera.

viernes, 8 de enero de 2010

PARA ROSITA NUKAK...

No lo dudó. Cerró los ojos y saltó. Sólo entendió lo que era el dolor cuando cayó. Hasta ese momento, era solo parte de un rumor que corría por el cielo. Le gustó, únicamente porque nunca lo había sentido. Nunca había sentido. Y confirmó que lo que acababa de hacer, estaba bien. Pero algo inesperado sucedió. Todo en su cuerpo se despertó con el golpe. Todo, menos sus manos. Esas siguieron dormidas, siguieron estando hechas de vapor. ¡Qué calamidad!

Cada vez que veía a los tristes desde arriba, sentía la extraña urgencia de ponerles la mano en la espalda. Creía que esa era la mejor manera de que sintieran que no estaban solos. Que alguien compartía su dolor, haciéndolo, de alguna manera, un poco más pequeño. Sin manos jamás iba a poder hacer eso, pero ya no había vuelta atrás.

Quiso entonces alejarse del mundo. No ver a los tristes tan de cerca. Caminó. Corrió. Hasta que llegó a una explanada donde el pasto se unía con el cielo para donde quiera que mirara. En medio de ese campo, se encontró una pequeña Rosa. Solo una. Estaba casi completamente marchita. Pero aún así, se veía hermosa. En sus pétalos cafés se leía una vida dura, pero vida todavía. Y se leía también que hacía mucho tiempo estaba sola.

Impulsada por la extraña urgencia que la invadía al mirar a los tristes desde el cielo, estiró el brazo, acercó su mano de vapor a la pequeña Rosa y, milagrosamente, una de sus espinas la pinchó. Bajó la mirada sorprendida y vio que sus manos se habían vuelto de carne y hueso y que de su dedo índice salía un pequeño hilo de sangre, que volvía a teñir de rojo los pétalos de la flor. Y sintió que por su dedo índice, entraba al mismo tiempo el dolor de la pequeña Rosita, que ahora era de ella también, haciéndose, de alguna manera, un poco más pequeño.

jueves, 7 de enero de 2010

SEÑORITAS DE CIUDAD (Inspirado por la pintura "La Soledad" de Paul Delvaux)

Desde que recuerdo siempre estuvo ahí. Colgado en la pared amarilla de la sala, justo enfrente del sofá verde en el que por alguna extraña razón nadie nunca se sentó. Como crecí viéndolo ahí, en su intacta envoltura de plástico, creía que era un adorno más, como un cuadro, y lo que más me gustaba era que en ninguna otra casa había visto algo parecido.

En las tardes, cuando el Sol se ponía, entraba por la ventana una luz naranja maravillosa que hacía que se viera aún más hermoso. Duraba horas enteras imaginando a qué hermosa mujer habría pertenecido, en qué lugares podría haber estado y eventualmente, qué hombre lo habría desabotonado al amor. Fueron tantas las historias que tejí alrededor de este tesoro, que un día, un diecisiete de Enero exactamente, no resistí más y decidí empezar a contárselas a mi madre para que ella me dijera cuál era la verdadera. Cuando terminé, me sonrió como sólo ella sabía hacerlo y me dijo: “Todo a su debido tiempo, querida. Cuando seas mujer, cuando seas mujer...” Me acarició el rostro y se fue a la cocina a preparar la cena.