Llegó con una maleta medio llena a un campo deshabitado. Se notaba que alguien había vivido allí. Había una casa abandonada. Una cerca a la que le faltaban algunas tablas. Flores marchitas en materas medio rotas. Un corral con las puertas abiertas de par en par. Apestaba a abandono, a tierra infértil. Debía ser por eso que sus habitantes previos habían escapado de allí. No le gustó ese lugar, se le notaba en la cara. Pero algo no le permitió irse. Seguir su camino con su maleta medio llena. Trató de dar un paso atrás, pero no lo consiguió. Por alguna razón, ajena a su entendimiento, quería entrar a esa casa y limpiar el polvo, quería arreglar la cerca, quería echarle agüita a las flores, quería poner un ternero en el corral. No para ella, no, tal vez para el que viniera después. Entonces puso su maleta medio llena en el piso de esa casa abandonada y se acomodó. Limpió el polvo. Arregló la cerca y la pintó de rosado. Sembró flores de colores y las puso en el alféizar. Trajo un ternero, le puso un nombre y una campana en el cuello. Todo con el ánimo de irse. De correr lejos. Pero cada vez que lo intentaba, cuando empezaba a correr, miraba hacia atrás y veía la casita, tan limpia, la cerca rosada, las flores en el alféizar, al ternero mirándola como ternero, rogándole con sus ojitos que no se fuera, que si se iba a ir, para qué lo había traído allí y lo había engañado con su falso amor. Entonces detenía su carrera y se devolvía. Vencida. Con las mismas ganas de irse del primer día. Con la certeza de que la única manera de abandonar ese lugar, era quemándolo. Así que cuando por fin estuvo frente a la casa, oliendo a gasolina y con un fósforo encendido en la mano, se preguntó si alguna vez llegaría a un lugar y si no le gustaba, se iría de inmediato. O si alguna vez llegaría a un lugar donde se quisiera quedar. Soltó el fósforo y empezó a andar. Esa vez no se volteó porque si lo hacía, vería los ojitos del pobre ternero y le daba miedo que le dieran ganas de volver y quemarse junto con la casita, tan limpia, y la cerca rosada y las flores del alféizar.
28 YEARS OLD
28 YEARS OLD
She arrived with a half full suitcase to an uninhabited field. Someone had lived there. There was an abandoned house. A fence with missing pieces. Withered flowers in broken pots. An empty pen. It reeked of abandonment, of infertile soil. That must have been the reason why its previous owners had left. She didn’t like it there, you could tell by her face. But something didn’t let her leave. Carry on with her half full suitcase. She tried to take a step back, but couldn’t. For some reason, beyond her understanding, she wanted to go in the house and clean the dust, she wanted to fix the fence, and water the flowers, she wanted to put a calf in the pen. Not for her, no, perhaps for whomever came after. So she put her half full suitcase on the floor and settled. She cleaned the dust. She fixed the fence and painted it pink. She planted flowers and put them on the windowsill. She brought a calf, named him and put a bell around his neck. Even though she wanted to go. Run far away. But every time she tried to, whenever she started running, she would look back and see the little house, so clean, and the pink fence, and the flowers on the windowsill, and the calf in the pen, looking at her with his calf eyes, begging her not to leave him, that if she was going to go, then why did she bring him there and fooled him with her fake love. So she stopped and walked back. Defeated. Anxious to leave, just like the first day. Knowing full well that the only way to abandon that place was to burn it. So when she finally stood in front of the house, smelling like gasoline and holding a lit match in her hand, she wondered if she would ever get to a new place, and if she didn’t like it, she would leave right away. Or if she would ever get to a place where she’d want to stay. She dropped the match and started walking. That time she didn’t turn around because if she had, she would have seen the poor calf’s eyes and she feared she would get the urge to go back and burn down with the little house, so clean, and the pink fence, and the flowers on the windowsill.
I totally get it. Really.
ResponderBorrarI know you do!
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