(Segundo cuento de taller de escritura: darle una nueva historia al personaje Aquaman, en un baño y con tono de miedo)
No solía odiar tanto a los hombres. Solo los odiaba un poco. Cuando aún podía pasar la mayor parte de su tiempo en el agua, los miraba desde lejos y se burlaba de su manera torpe de nadar. Solo de vez en cuando le daba por agarrar a uno de la pierna y zarandearlo un poco. Aunque a muchos de ellos nunca los volvieron a ver, él siempre negó su responsabilidad en el asunto. Pero sus cacerías furtivas y sus risas burlonas se acabarían más pronto de lo que él mismo habría creído.
Poco a poco, los hombres llenaron el océano de tanta porquería, que llegó un día en que le fue imposible seguir viviendo ahí. El agua estaba tan sucia que se la pasaba con conjuntivitis y las cosas que alcanzaron a quedar atrapadas en los tejidos que tenía entre los dedos y en sus agallas, eran dignas de historias de terror. Entonces tuvo que salir y buscar trabajo en tierra firme. Como no sabía hacer mucho más que nadar, el único puesto que consiguió fue el de empleado del servicio en la casa de un hombre viejo. Tan viejo, que había perdido el olfato y no percibía su olor a pescado.
Desde su primer día de trabajo, el viejo don Raúl le pidió que lavara el baño del sótano. Le dijo que hacía mucho tiempo que nadie entraba allí, pues sus anteriores mucamas no se atrevían a bajar muy seguido. "Es porque son mujeres y las mujeres se asustan fácilmente con la oscuridad", decía el viejo. Por eso había decidido contratar un hombre, o lo que fuera él en todo caso, para que se encargara de los quehaceres del hogar. El viejo le contó que cada vez que salía dejaba encerradas con llave a las empleadas para que no fueran a robarle sus objetos de valor y que una vez había llegado del médico y cuando abrió la puerta, la empleada salió corriendo despavorida como si el mismísimo diablo la hubiera espantado. Por eso con el tiempo se habían tejido historias acerca de su casa y su sótano.
A nuestro personaje poco y nada le asustaba lo que le causara temor a los simples mortales. O por lo menos eso era lo que decía. Así que desde ese primer día fue al patio de ropas y dentro de un balde echó todos los implementos necesarios para limpiar ese baño al que nadie entraba desde hacía quién sabe cuánto. Bajó las escaleras despacio. La madera crujía tan fuerte que parecía que se fuera abrir bajo sus pies. Había polvo y telarañas por todas partes. En una esquina, contra una pared estaba el retrato de una mujer gorda y malencarada, que parecía mirarlo como si le estuviera lanzando una maldición. Era la difunta esposa de don Raúl. Muchas de las empleadas decían que era ella quien habitaba en el sótano y las asustaba cada vez que don Raúl las dejaba solas. Al fondo del sótano, estaba el baño. Tenía una puerta de madera verde. Estaba cerrada.
Una vez estuvo frente a ella, la abrió lentamente con su mano llena de escamas, con mucho cuidado de no hacer chillar las bisagras, que claramente jamás habían sido aceitadas. No sabía por qué pero no quería hacer ruido. Con el de los latidos acelerados de sus dos corazones era suficiente. Una vez la puerta estuvo abierta completamente, la vio. Era mucho peor que un fantasma. Era un monstruo que ni en sus más terribles sueños habría podido imaginar. Quiso salir corriendo pero el pánico lo paralizó. Además no quería despertarlo. Imaginó que si lo hacía, era muy posible que su cuerpo gelatinoso y amorfo, tan parecido al suyo, se le abalanzaría y lo ahogaría con su olor fétido. Luego saldría de la casa, dejando un rastro de infección a su paso y terminaría por matar a todos los ciudadanos del mundo hasta que solo quedara él. Morir a manos de un monstruo como ese lo aterraba, pero el pensamiento de que aniquilara a toda la humanidad, por un segundo, dibujó una sonrisa de agalla a agalla en su rostro.
Cerró los ojos y contó hasta 10. No respiró profundo porque pensó que moriría al aspirar tanta muerte. Abrió los ojos, cogió la chupa y empezó a destapar el inodoro del baño, en el que había, por lo menos, lo equivalente a 5 días de cagos. Lo que nuestro personaje aprendió desde su primer día de trabajo era que el viejo don Raúl tenía Alzheimer y que siempre iba a cagar al baño del sótano y se le olvidaba halar la cuerda. Tras destapar el baño la primera de muchas veces, se sintió como un héroe y se autoproclamó Aquaman.