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lunes, 15 de noviembre de 2010

EL DESASTRE

(Séptimo ejercicio de taller de narración: escribir un cuento con tema libre y darle tres finales diferentes)

Jugaba con una bolsita de azúcar mientras esperaba por ella. La mesera se le acercó a preguntarle si quería otra taza de café. El respondió que no con la cabeza y una sonrisa falsa. Tenía dolor de estómago. Haberse comido ese pie de frutos del bosque había sido un error. Siempre que estaba nervioso le daban ganas de cagar. Pero no podía. Odiaba los baños públicos. Más que nada por ser públicos. Y además porque le daba pena que la siguiente persona que entrara se diera cuenta de lo que acababa de hacer. Ella siempre le decía que no fuera bobo, que lo más probable era que nunca volviera a ver a esa persona, pero que en cambio los males que causa aguantar un cago sí le durarían para toda la vida. –De algo me tengo que morir- refutaba él cada vez.

Mientras estos pensamientos escatológicos revoloteaban en su cabeza, llegó ella. Estaba más arreglada que de costumbre. Eso le pareció sospechoso. -¿Será que sabe? Imposible. Si no le he dicho a nadie. Claro que las mujeres siempre se pillan esas cosas. Son como brujas – reflexionó mientras la saludaba. Ella se sentó e inmediatamente llegó la mesera que le había ofrecido café a él hacía unos minutos. Antes de preguntarle a ella qué quería, la mesera lo miró de reojo. Eso también le pareció sospechoso. Era como si ella también supiera. De pronto todas las mujeres del mundo sabían.

Ella pidió un café negro y un pedazo del mismo pie de frutos del bosque que él se había comido mientras la esperaba. Apenas se lo trajeron sintió cómo su estómago se retorcía. -¿Estás bien? Te pusiste verde como un muerto – dijo ella mientras masticaba un gran pedazo de pie. – ¿De qué hablas? Estoy bien – respondió él, algo prevenido. Ella le hizo cara de "uy mijito, ya no se te puede decir nada" y tomó un sorbo de café. Él seguía jugando con la bolsita de azúcar, que ya estaba a punto romperse. Los dos estaban callados. Era raro porque siempre tenían cosas de qué hablar, pero ese día era diferente. Todo estaba a punto de cambiar.

PRIMER FINAL
-Estás muy linda -él rompió el silencio. Ella le agradeció con una sonrisa. La bolsita de azúcar por fin se rompió. Los granitos transparentes se veían como diamantes miniatura regados por toda la mesa. Al ver ese hermoso desastre, ella lo miró y le sonrió con dulzura, luego cogió una servilleta, juntó todos los granos de azúcar al borde de la mesa y los echó sobre el plato en el que ya solo quedaban los rastros del relleno de su pie. Cuando terminó de limpiar puso su mano sobre la de él. –Aquí fue -pensó. Quitó su mano de debajo de la de ella, se la metió al bolsillo y sacó una cajita de terciopelo color uva. Creyó que al hacerlo se iba a cagar ahí mismo, sobre la silla del café donde se habían vuelto novios hacía cinco años. Pero pasó todo lo contrario. Sintió ese alivio que uno siente cuando caga después de haber aguantado mucho tiempo, como él lo había hecho tantas veces. Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de ella. Él tenía razón, ella sabía. Pero no importaba, había recogido su hermoso desastre con una dulce sonrisa en la boca. – ¿Nos casamos? – le preguntó.

SEGUNDO FINAL
- ¿Cómo te fue hoy? – preguntó él con la voz entrecortada. Ella suspiró hacia afuera y movió la cabeza de lado a lado. -Los dos sabemos para qué estamos aquí, entonces por qué no dices lo que tienes que decir de una vez – respondió ella y tomó un sorbo de su café a ver si con eso se disolvía el nudo que tenía en la garganta. La bolsita de azúcar por fin se rompió. Los dos miraron los granos transparentes regados por toda la mesa. Era un desastre. Pequeño, pero desastre al fin y al cabo. –Es el colmo –suspiró ella sin quitar los ojos de la mesa. El nudo de su garganta dejó escapar una lágrima que ella limpió antes de que rodara por su mejilla. Él la miró extrañado. No entendía nada. –Podrías haberme terminado en cualquier parte. No precisamente en el mismo sitio donde me pediste ser tu novia. No precisamente el día de nuestro quinto aniversario – después de decir eso ya no pudo aguantar más y rompió en llanto. Él empezó a jugar con otra bolsita de azúcar. No se acordaba que ese día era su aniversario. Ya no se acordaba ni de por qué le había pedido que fuera su novia. La mesera volvió a mirarlo de reojo.

TERCER FINAL
Cuando terminó de comerse el pedazo de pie que había pedido, se limpió la boca con la servilleta y le hizo señas a la mesera para que volviera. Cuando estuvo frente a la mesa le pidió una tajada del ponqué de chocolate que había visto sobre el mostrador al entrar. La bolsita de azúcar por fin se rompió. –Pensé que estabas haciendo dieta – dijo él sin calcular la gravedad de sus palabras. Ella lo miró a él, luego a los granos de azúcar sobre la mesa y luego otra vez a él. –Eres un desastre. Yo por lo menos solo soy gorda – en ese momento llegó la mesera con el ponqué de chocolate. Le había servido un pedazo muy grande. Antes de irse le picó el ojo a ella. A él lo volvió a mirar de reojo. –No dije que estuvieras gorda. ¿Pero sabes qué? Prefiero ser un desastre, flaco – no se sintió orgulloso de lo que acababa de decir pero al mismo tiempo hizo que se le quitaran las ganas de cagar. –Ay, hijo, por qué no más bien te callas y me traes otra bolsita de azúcar ya que decidiste romper la última-. La miró con odio, se paró de la mesa y miró alrededor. No había nadie más en el café. Encima del mostrador había un cuchillo. Estaba untado de la crema del ponqué de chocolate. –Sería poético – pensó.