lunes, 19 de julio de 2010

AL VACÍO

Hay gente que se enamora más que otra. Más a menudo. Más intensamente. De manera más incondicional. Más. Creo que no soy una de esas personas. O por lo menos hasta ahora no lo he sido. Me he enamorado. O aunque sea me lo ha parecido. Pero no como ellos. No como se ve en las películas basadas en libros de Jane Austen, donde las parejas se enamoran perdidamente con solo mirarse. Es un amor que duele. Pero que llena. Cada vez que veo una de esas películas, al salir del teatro, recuerdo el discurso de ese caballero guapo y galante, que nervioso le revela sus sentimientos a su bella dama y, por un momento, me lleno de fe. Creo que el amor de cuento de hadas sí existe y que me puede estar esperando a la vuelta de la esquina. Pero cuando llego a esa esquina solo me encuentro al borracho que acaba de salir de la tienda de al lado de mi casa, que se tropieza conmigo y ni siquiera tiene la delicadeza de pedir disculpas. Ese es mi galán.

Cuando entro a casa, mamá me pregunta que si otra vez fui sola a cine. Al escuchar mi respuesta afirmativa mueve la cabeza de lado a lado y tuerce la boca con desaprobación. No hay nada más triste que tu mamá piense que eres patética. Nunca se le ha ocurrido pensar que simplemente soy diferente. Que tal vez es por eso que no he encontrado el amor. O que no me ha encontrado él a mí. Porque en esta ciudad, si no en el mundo entero, casi todos los hombres son demasiado normales. No, ella solo ve a una solterona de 50 años, que vive con su madre para no tener que llenarse de gatos. Pobre, ella siempre soñó con casarme con un diplomático de un país lejano, que nos llevara a ella y a mí a vivir en una de esas casas que parecen de mentiras y que salen en los seriados estadounidenses. Qué se iba a imaginar que ni siquiera le podría comprar una casita nueva y sacarla de ésta, donde en cada esquina está el recuerdo de tantos golpes que le dio mi papá. Su galán.

Mamá ve televisión mientras lavo los platos de la comida. Esa es mi terapia. Ver los sobrados de lentejas y arroz irse por el sifón me llena de paz. No sé por qué. Tal vez me gusta ver que lo que ya no sirve tenga el destino que merece. Tal vez por eso también me gusta sacar la basura justo en el momento que pasa el camión. Siento cosquillas al ver a esos hombres vestidos de verde agarrando cada bolsa y lanzándola con fuerza hacia la trituradora. Me encanta el ruido que hace. Parece un gran monstruo que me salva de lo inservible. Los veo desaparecer al final de la calle, corriendo tras el camión. Qué galanes.

Qué pensaría mamá si supiera que esos hombres de verde, los que se deshacen de lo que yo ya no quiero, que cada noche libran batallas contra ratas rabiosas que no quieren que les roben sus tesoros, son los que me desvelan. Seguramente movería la cabeza de lado a lado y torcería la boca con desaprobación como siempre. O quién sabe, tal vez se pondría feliz de que por fin un hombre se fijara en mí. Diría “ no es un diplomático, pero por lo menos tiene un trabajo honesto” y por primera vez, se sentiría orgullosa de mí. Nos haría su famoso café en agua de panela y tomaríamos onces en el comedor. Ella le contaría mis travesuras de pequeña y todos reiríamos al mismo tiempo.

A veces quisiera dejar de pensar tanto en el amor. Resignarme. Pero no puedo. Me la paso pensando en por qué nunca he podido sentirlo como en las películas basadas en libros de Jane Austen. A veces pienso que enamorarse debe ser como saltar al vacío. Al principio se deben sentir unas cosquillas placenteras en el estómago. Como en la bajada de una montaña rusa. Debe ser emocionante y aunque a veces den ganas de vomitar uno no debe querer que se acabe. Lo malo es que uno nunca sabe si va a seguir cayendo o si se va a estrellar contra una superficie rocosa, rompiéndose huesos y órganos sin discriminación, dejando inválido el corazón, que de ahí en adelante no solo latiría más despacio, sino menos veces.

Entonces me pregunto si el amor es una capacidad genética, heredada desde tiempos inmemoriales, de ancestros que en mi caso, debieron ser más capaces de follar que de amar. O si tal vez es una habilidad aprendida, que uno entrena leyendo poemas de Neruda y Benedetti. Yo siempre fui demasiado cínica como para encontrarle encanto a la rima. O será que es algo que le pasa al alma antes de entrar al cuerpo. Me las imagino a todas en ese lugar donde se crean las almas, haciendo fila al borde de un planchón. Las que se lanzan son las que en carne y hueso saltarán de la misma manera al amor. Si es así, entonces mi alma debió haber escogido bajar por ascensor y ahora que está en mi cuerpo no es capaz de amar como en las películas. Por ser alma práctica. O tal vez perezosa. Más bien cobarde diría yo. Eso significaría que yo misma soy la culpable de estar sola. Creo que prefiero pensar que simplemente soy diferente y que los hombres de esta ciudad, si no del mundo entero, son demasiado normales. Es tarde, mejor me duermo. Mañana tengo que achicar la falda de doña Teresita. Si sigue adelgazándose así se va a morir. ¿Será que tiene cáncer?

FREE FALLING

There are people who love more deeply. More often. More intensely. More unconditionally. More. I think I’m not one of those people. Or at least, I haven’t been so far. I have been in love. I think. But not like them. Not like the characters in movies based on books by Jane Austen, where couples fall hopelessly in love after just one glance. It’s a love that hurts, but that fills. Every time I see one of those movies, as I walk out of the theatre, I remember that handsome, chivalrous gentleman, that nervously reveals his feelings to his beautiful damsel and, for a moment, I feel hope. I believe that fairy tale love exists and that it might be waiting for me at the next street corner. But when I get to that street corner I just find the drunk man that just left the bar next to my house, who bumps into me and doesn’t even have the decency of excusing himself. That’s my gentleman.

When I get home my mother asks me if I went to the movies by myself again. When she hears my affirmative answer she shakes her head, disapprovingly. There’s nothing sadder than your mother thinking you’re pathetic. She has never stopped to think that maybe I’m just different. That maybe that’s why I haven’t found love. Or why it hasn’t found me. Because this town, if not the whole world, is populated by men too ordinary. No, all she sees in me is a 50-year-old spinster that lives with her mother so that she doesn’t have to buy a bunch of cats. Poor mother, she always dreamed of marrying me to a diplomat from a faraway country, who would have taken us to live in one of those mansions that you only see in TV shows. Little did she know that I wouldn’t even be able to buy her a new house, take her away from this one that holds oh so many memories of oh so many punches my father gave her. Her gentleman.

My mother watches television while I do the dishes. That’s my therapy. Watching the rice and lentil leftovers go down the drain fills me with peace. I don’t know why. Maybe I just like that the things that no longer have any use get the destiny they deserve. Maybe that’s also why I like taking out the trash just as the garbage truck in pulling over. I feel all tingly watching those men, dressed in green, grabbing every bag and tossing it into the truck. It looks like a monster that saves me from the useless. I watch them disappear down the street, running after the truck. Those gentlemen.

What would my mother think if she knew those men in green, the ones who get rid of what I no longer want, who every night fight battles with rabid rats that don’t want their treasures stolen, are the ones that make me lose my sleep. Surely she would shake her head disapprovingly, as always. Or who knows, maybe she would feel happy that a man finally laid his eyes on me. She would say something like “He’s no diplomat, but at least he has an honest job”, and for once, she would feel proud of me. She would make us coffee and we would have cookies in the dining room. She would tell him my childhood stories and we would all laugh at the same time.

Sometimes I wish I could stop thinking about love so much. Give up. But I can’t. I keep thinking about why I have never been able to feel it like in the movies based on books by Jane Austen. Sometimes I think love must feel like free falling. In the beginning you feel those butterflies in your stomach. Like you do the moment the roller coaster gets to the top of the slope and starts going down. It must be thrilling and even though sometimes you feel like throwing up, you don’t want the ride to end. The only bad thing is that you never know if you will just keep falling or if you’re going to hit a rocky surface, breaking bones and organs alike, permanently crippling your heart which, from that moment on, would beat not only slower but less.

So I ask myself if love is a genetic trait, inherited from immemorial times, from ancestors which, in my particular case, must have been more able to fuck than to love. Or if maybe it’s a learned ability that you train reading poems by Shakespeare and Lord Byron. I have always been too cynical to find enchantment in rhyme. Or maybe it’s something that happens to the soul right before it enters the body. I picture them all in that place where souls are created, making a line to jump off a ledge. The ones that do are the ones that once made flesh and bone will jump the same way to love. If that’s so, then my soul must have chosen to get down in an elevator and now that’s in my body it’s not capable of loving like in the movies. For being a practical soul. Or maybe lazy. Coward, I would say. That would mean that I am responsible for my loneliness. I think I’d rather think that I’m just different and that this town, if not the whole world, is populated by men too ordinary. It’s late, I better go to sleep. Tomorrow I have to make Mrs. Theresa’s skirt smaller. If she keeps losing weight like this she’s going to die. I wonder if she’s got cancer.

5 comentarios:

  1. Por este cuento obtuve una mención de honor en el concurso Historias Inversas realizado por Descritos.com.

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  2. Luis Efe!!! Me alegra que te haya gustado! no sabía que tenías blog. Ahora además podemos ser amigos de lectura. Genial y gracias por tu comentario.

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