jueves, 21 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 49 AÑOS
Dicen que por esta época da la crisis de la media vida, porque uno se da cuenta de que media vida ya se acabó y se siente particularmente conciente de su existencia. Creo que estoy teniendo la crisis de la media vida. A veces siento que quiero alejarme de todo para aprender a quererlo todo de nuevo. Pero eso ya lo he sentido antes y mi solución fue removerme físicamente de mi mundo para lograrlo. Y lo logré, pero me costó más lágrimas de las que esperaba. Ahora simplemente me voy a visitar a mis papás en la finca que mis hermanas y yo les compramos en Ricaurte y por unos días, me dejo consentir. A veces me da miedo que la gente deje de quererme por algo que diga o haga sin pensar. Eso también ya lo he sentido y mi solución era refugiarme en mi orgullo y esperar lo mejor. Todos siempre me perdonaron, pero siempre se quedaron esperando algo de mí. Ahora simplemente bajo la cabeza y pido perdón. También trato de no decir ni hacer tanto sin pensar. Eso funciona mejor. A veces siento que lo que hago no es tan especial y que si hubiera escogido cualquier otro rumbo habría logrado un presente igualmente satisfactorio. Eso también lo he sentido en el pasado y mi solución era quejarme. Y tratar de convencerme de que debía haber estudiado administración de empresas. Ahora simplemente abro una revista y encuentro mi nombre al final de un artículo y me doy cuenta de que escribir no es mi carrera, es mi vocación. ¡Qué extraño! Desde que recuerdo tengo momentos en que me siento particularmente conciente de mi existencia. Creo que estoy teniendo la crisis de la media vida. Creo que la he tenido muchas veces. Pero creo sólo hasta ahora… la entiendo.
miércoles, 20 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 42 AÑOS
Cuando mi mamá cumplió 42, fue la primera vez que celebró su cumpleaños. Se compró una pinta nueva, invitó a toda la familia y hasta se tomó unas copas, cosa que nunca hace. A mis 42, llevo celebrando mi cumpleaños desde que tengo memoria, estreno pinta en cada fiesta, invito a todos mis amigos y me tomo mis copas. A veces más de las que debería. Cuando mi mamá tenía 42, ya tenía tres hijas, porque mi mamá es de las que piensa que cada niño llega con un pan bajo el brazo. Yo en cambio, sigo pensando que los niños vienen pero con el brazo extendido cual mendigos y hasta puedo escuchar la voz de Cruela De Vil diciendo: “¿Y cómo piensan mantener tanto animal, si a duras penas se mantienen ustedes?”. Por eso a mis 42, tengo solo uno. Cuando mi mamá tenía 42, llevaba veintiuno casada con mi papá. A mis 42, no llevo ni diez, porque ha sido comprobado científicamente que los hombres buenos, los que son buenos para mí, por supuesto, están en vía de extinción y encontrar uno de los últimos especímenes sobrevivientes me tomó bastante más tiempo que a ella. Cuando mi mamá tenía 42, ya era una de esas personas que al ver unas flores marchitas sobre la mesa de su sala, lo que admira no es cómo están de feas, sino cuánto duraron. A mis 42, después de muchos años, entiendo que ser positivo, como ella, no es cuestión de conformidad, es la mejor manera de ser feliz. Cuando mi mamá tenía 42, se aguantaba mis berrinches antes de sacarme los dientes y después, me compraba un helado, que yo comía entre lágrimas y suspiros y en la noche, ponía 2,000 pesos bajo mi almohada. Cuando yo tenía 9 mi mamá tenía 42 y era, sigue siendo, la mejor mamá que conozco. Desde entonces, ya quería ser como ella. Eso intento.
martes, 19 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 35 AÑOS
Cumpleaños Feliz. Todos están aquí. Menos que hace unos años, pero más de los que muchas personas tienen a mi edad. A cualquier edad. Hacer amigos fue siempre un instinto para mí. Un rasgo genético. Te deseamos a ti. Una sonrisa empieza a apoderarse de mi boca. Inevitable. Todos cantan desentonados, algo intoxicados, con los ojos fijos en el mismo ponqué de chocolate que mi mamá me regala cada primero de octubre. Incluso ahora, que lo celebro en mi casa y tengo con qué comprarlo. Cumpleaños Catica. Ella también canta, más fuerte que todos, junto a mi papá que jamás dejará de desear que un buen día yo pare de crecer. Incluso ahora, que tengo arrugas y oculto mis canas. Miro hacia abajo y veo cinco líneas de luz, cada una dividida en siete puntos incandescentes. Es mi vida, luminosa. Que los cumpla feliz. Al otro lado de la mesa, mis hermanas. Hermosas, crespas como siempre. La ventaja de ser tanto menor que ellas es que en días como este me siento tanto más joven. Mis sobrinos hace rato dejaron de creer que soy una adolescente. Espero que se porten mejor que yo a los doce y a los dieciocho. Mucho mejor. Yo podría haber sido más comprensiva, tener más compasión. Que los vuelva a cumplir. Una mano muy pequeña sostiene mi mano derecha, fuerte. Una mano más grande sostiene la izquierda, fuerte también. Es mi familia. La mía. Que los siga cumpliendo, hasta el año tres mil. Cierro los ojos y trato de pensar en un deseo. Todos están aquí. Y mi vida es, en una palabra, luminosa. No necesito más. Soplo las velas. El flash de una cámara me ciega momentáneamente. Una sonrisa se apodera completamente de mi boca. Inevitable.
lunes, 18 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 28 AÑOS
Llegó con una maleta medio llena a un campo deshabitado. Se notaba que alguien había vivido allí. Había una casa abandonada. Una cerca a la que le faltaban algunas tablas. Flores marchitas en materas medio rotas. Un corral con las puertas abiertas de par en par. Apestaba a abandono, a tierra infértil. Debía ser por eso que sus habitantes previos habían escapado de allí. No le gustó ese lugar, se le notaba en la cara. Pero algo no le permitió irse. Seguir su camino con su maleta medio llena. Trató de dar un paso atrás, pero no lo consiguió. Por alguna razón, ajena a su entendimiento, quería entrar a esa casa y limpiar el polvo, quería arreglar la cerca, quería echarle agüita a las flores, quería poner un ternero en el corral. No para ella, no, tal vez para el que viniera después. Entonces puso su maleta medio llena en el piso de esa casa abandonada y se acomodó. Limpió el polvo. Arregló la cerca y la pintó de rosado. Sembró flores de colores y las puso en el alféizar. Trajo un ternero, le puso un nombre y una campana en el cuello. Todo con el ánimo de irse. De correr lejos. Pero cada vez que lo intentaba, cuando empezaba a correr, miraba hacia atrás y veía la casita, tan limpia, la cerca rosada, las flores en el alféizar, al ternero mirándola como ternero, rogándole con sus ojitos que no se fuera, que si se iba a ir, para qué lo había traído allí y lo había engañado con su falso amor. Entonces detenía su carrera y se devolvía. Vencida. Con las mismas ganas de irse del primer día. Con la certeza de que la única manera de abandonar ese lugar, era quemándolo. Así que cuando por fin estuvo frente a la casa, oliendo a gasolina y con un fósforo encendido en la mano, se preguntó si alguna vez llegaría a un lugar y si no le gustaba, se iría de inmediato. O si alguna vez llegaría a un lugar donde se quisiera quedar. Soltó el fósforo y empezó a andar. Esa vez no se volteó porque si lo hacía, vería los ojitos del pobre ternero y le daba miedo que le dieran ganas de volver y quemarse junto con la casita, tan limpia, y la cerca rosada y las flores del alféizar.
viernes, 15 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 21 AÑOS
De repente, una explosión. Pedazos de ventrículo y arterias regados sobre la baldosa blanca que hasta ese momento había permanecido inmaculada, incorrupta. Ahora debo limpiar. Recorrer todo el cuarto, recoger cada pedazo y meterlo en una bolsa de basura. ¡Qué desperdicio! Tanto músculo habría podido alimentar mucho animal. La sangre la dejo para el final, esa sale más fácil. Mis lágrimas y un trapero han de ser suficientes. No he parado de llorar en días. Me pregunto si eso es perjudicial para la salud. Qué sucio es el desamor, pero qué linda se ve la sangre sobre la baldosa blanca. Pollock no lo habría podido hacer mejor. Quién se iba a imaginar que cuatro palabritas lograrían tal espectáculo. Ya-no-te-amo. Lo difícil que me fue decir las últimas dos, la paciencia con que él las espero. Un adivino no habría podido predecir los sucesos que acontecerían. Maldito karma, algún día me la pagarás. Probablemente no. Necesito sentarme, no me siento bien. Este cuarto cada vez se hace más chico. Me huele a hierro, a carne cruda. Tengo los ojos hinchados y un vacío en esa parte del pecho donde solía haber un corazón. Ya no tengo pulso, únicamente el eco de esas cuatro palabritas, ya-no-te-amo, retumbándome en el tórax. Paro de llorar y respiro profundo. Lo sostengo. Me siento mejor. Pero al exhalar todo vuelve a como estaba. Vacío. Empiezo a llorar otra vez. Inconsolable, desesperada, sola. Muy sola. Una buena canción dice que todo comienzo significa el final de un comienzo anterior. Tal vez por eso las personas lloran al nacer y al morir, las lloran.
jueves, 14 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 14 AÑOS
¿Será que va a ser mejor? La primera vez no me gustó para nada. Ha pasado mucho tiempo desde eso. Más de un año. Fue en una fiesta, sobre unas escaleras. Cada vez que alguien abría la puerta salía la música y las risas de los que estaban adentro. Yo quería estar ahí. Bailando. Riendo. Pero Verónica ya lo había hecho. Yo no me podía quedar atrás. Él ni siquiera me gustaba. Era querido, pero no me gustaba. Me hablaba pero yo sólo oía la música que salía por la puerta. Intermitente. Y siguió la pregunta que terminaría en eso. “¿Quieres ser mi novia?” “Sí”, dije yo sin sentirlo. Intercambiamos una mirada nerviosa. Se me acercó. Se me acercó más. Y pasó. No sé cuánto duró. Sólo recuerdo sus babas. Tantas babas. Y el movimiento frenético de su lengua en mi boca. ¡Oh por dios! No es como en las películas. Ahora estoy aquí, parada frente a una casa de muñecas. Quisiera no haberme puesto este saco tan grande. Verónica tiene puesta una ombliguera de Minnie Mouse. Ya qué. Estoy aquí. Con él. Me gusta. No tanto como Miguel, pero me gusta. Tiene cuello ancho, como de boxeador. No parece de 14. Tengo ganas de hacerlo pero recuerdo esa primera vez y me da rebote. Tengo nervios. Y ganas de ir al baño. Va a pasar, lo sé. Lo veo en sus ojos. Ya sé reconocer esa mirada que lanzan los niños antes de hacerlo. ¿Qué tal que vuelva a ser horrible? No quiero que no me guste. Me habla pero yo sólo oigo un zumbido. Siento sus brazos en mi cintura. Quisiera ser tan flaca como Verónica. Se me acerca. Se me acerca más. Se siente distinto cuando el niño te gusta. Y pasa. No sé cuánto duró. Sólo sé que me gustó. No fue como en las películas, pero me gustó. Y recuperé la fe en los besos. Ahí, frente a una casa de muñecas. Mientras Verónica me miraba por la ventana.
miércoles, 13 de enero de 2010
7NENAS-7EDADES - YO - 7 AÑOS
Quiero jugar al ladrón. Meterme bajo las cobijas y sostenerme fuerte. No dejarme sacar. Quedarme ahí para siempre. Calientica y tranquila. Quiero comer helado. De tres sabores y con tres salsas, por favor. Mirar a papá y mamá y sonreír. Hacerles sentir que la felicidad se derrite en la boca y cuesta lo mismo que un cono de Crem-Helado. Frío y dulcecito. Quiero montar en llama. Cerrar los ojos y consentirle el cuello. Sus pasos firmes, uno tras otro, mientras el muchacho que la lleva de la rienda recuerda que cuando era niño, nadie lo llevó a montar en llama. Negra y suavecita. Quiero que me corten el capul. Ver mi mundo sin distorsiones, sin bloqueos. Libre de mechones de pelo. La frente al aire y la mente despejada. Sencillita e ignorante. Quiero que no se me caigan los dientes. Que nazcan de una vez los de hueso. No aprender lo que es la pérdida tan temprano. Mueca y solitaria. Quiero casarme con el tonto de Macgyver. Ser su navaja para salir de contratiempos. Amar como en la televisión y dar besos que no decepcionan. Babositos e inquietos. Quiero jugar a la madre soltera. Tener un bebé de mentiras. Que no caga, ni llora, ni mea. Cambiarle el pañal limpiecito, inoloro. Hacerle la comida invisible y ponerlo a dormir en la cuna que una vez albergó los sueños de otros muñecos, de otras niñas. Bonitos y sinceros. Quiero ir al Salto del Tequendama. Creer que los dioses lo pusieron ahí por una razón. Que en el mundo sí pasan cosas místicas y que no se supone que las debemos entender. No, no quiero volver a tener siete, sólo quiero volver a aprender lo que se siente.
martes, 12 de enero de 2010
MUJER FANTASMA
Hago dibujos en la arenera con un palito. Ese es un juego para uno. Las carcajadas de las demás interrumpen mi obra de vez en cuando. Levanto la mirada y las observo. La lleva de colores las persigue. Algunas se caen, algunas siguen corriendo. Todas se divierten. Sin excepción. A veces quisiera estar ahí. Riendo con ellas. Dejándome atrapar porque perseguir parece más divertido. Vuelvo a la arena. Ya no recuerdo lo que estaba dibujando. ¿Por qué será tan difícil jugar? Se supone que los niños nacen sabiendo. Saben naciendo. ¿A mí se me olvidó? ¿O nunca supe? ¿Será que soy la única? ¿O será que en otro colegio, en otro mundo, hay otra niña, dibujando otras cosas, en otra arenera, con otro palito? ¿Será que ella se está preguntando lo mismo que yo? Me gustaría conocerla. Tal vez me cogería de la mano y me diría que fuera su mejor amiga. Tal vez con ella podría jugar a la panadería en la arenera. Ese es un juego de dos. Pero tal vez cuando empezáramos a amasar nuestro pan de arena lo haría todo mal. Tal vez, si es como yo, no le sería fácil hacer amigos. Mejor me quedo sola con mi palito. Igual, las niñas que corren se caen y se raspan las rodillas. Se van llorando a la enfermería y les echan un líquido color sangre que arde. La enfermería huele igual a los clavos que mi mamá le echa a la natilla en Navidad. Odio la natilla. Nunca me he raspado la rodilla. Ni me he roto el brazo por jugar en el pasamanos. ¡Ring! Se acabó el recreo. Un palito se queda solo en la arenera.
viernes, 8 de enero de 2010
PARA ROSITA NUKAK...
No lo dudó. Cerró los ojos y saltó. Sólo entendió lo que era el dolor cuando cayó. Hasta ese momento, era solo parte de un rumor que corría por el cielo. Le gustó, únicamente porque nunca lo había sentido. Nunca había sentido. Y confirmó que lo que acababa de hacer, estaba bien. Pero algo inesperado sucedió. Todo en su cuerpo se despertó con el golpe. Todo, menos sus manos. Esas siguieron dormidas, siguieron estando hechas de vapor. ¡Qué calamidad!
Cada vez que veía a los tristes desde arriba, sentía la extraña urgencia de ponerles la mano en la espalda. Creía que esa era la mejor manera de que sintieran que no estaban solos. Que alguien compartía su dolor, haciéndolo, de alguna manera, un poco más pequeño. Sin manos jamás iba a poder hacer eso, pero ya no había vuelta atrás.
Quiso entonces alejarse del mundo. No ver a los tristes tan de cerca. Caminó. Corrió. Hasta que llegó a una explanada donde el pasto se unía con el cielo para donde quiera que mirara. En medio de ese campo, se encontró una pequeña Rosa. Solo una. Estaba casi completamente marchita. Pero aún así, se veía hermosa. En sus pétalos cafés se leía una vida dura, pero vida todavía. Y se leía también que hacía mucho tiempo estaba sola.
Impulsada por la extraña urgencia que la invadía al mirar a los tristes desde el cielo, estiró el brazo, acercó su mano de vapor a la pequeña Rosa y, milagrosamente, una de sus espinas la pinchó. Bajó la mirada sorprendida y vio que sus manos se habían vuelto de carne y hueso y que de su dedo índice salía un pequeño hilo de sangre, que volvía a teñir de rojo los pétalos de la flor. Y sintió que por su dedo índice, entraba al mismo tiempo el dolor de la pequeña Rosita, que ahora era de ella también, haciéndose, de alguna manera, un poco más pequeño.
jueves, 7 de enero de 2010
SEÑORITAS DE CIUDAD (Inspirado por la pintura "La Soledad" de Paul Delvaux)
Desde que recuerdo siempre estuvo ahí. Colgado en la pared amarilla de la sala, justo enfrente del sofá verde en el que por alguna extraña razón nadie nunca se sentó. Como crecí viéndolo ahí, en su intacta envoltura de plástico, creía que era un adorno más, como un cuadro, y lo que más me gustaba era que en ninguna otra casa había visto algo parecido.
En las tardes, cuando el Sol se ponía, entraba por la ventana una luz naranja maravillosa que hacía que se viera aún más hermoso. Duraba horas enteras imaginando a qué hermosa mujer habría pertenecido, en qué lugares podría haber estado y eventualmente, qué hombre lo habría desabotonado al amor. Fueron tantas las historias que tejí alrededor de este tesoro, que un día, un diecisiete de Enero exactamente, no resistí más y decidí empezar a contárselas a mi madre para que ella me dijera cuál era la verdadera. Cuando terminé, me sonrió como sólo ella sabía hacerlo y me dijo: “Todo a su debido tiempo, querida. Cuando seas mujer, cuando seas mujer...” Me acarició el rostro y se fue a la cocina a preparar la cena.
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