Zoilo tenía ojos azules.
Andaba por la ciudad en bicileta,
arreglando flores y contando nubes.
Batallando ratas endiabladas con su pala a manera de espada,
y saludando a todos con su celeste mirada.
Sabía que por aquí había pasado
cada vez que llegaba a casa
y el césped estaba podado.
Ahora ya no habrá quien arregle las matas
ni quien le gane la batalla a las ratas,
porque el corazón de Zoilo, el jardinero,
que ayer por aquí pasaba,
decidió detenerse y dejar la bicicleta parqueada.
Andaba por la ciudad en bicileta,
arreglando flores y contando nubes.
Batallando ratas endiabladas con su pala a manera de espada,
y saludando a todos con su celeste mirada.
Sabía que por aquí había pasado
cada vez que llegaba a casa
y el césped estaba podado.
Ahora ya no habrá quien arregle las matas
ni quien le gane la batalla a las ratas,
porque el corazón de Zoilo, el jardinero,
que ayer por aquí pasaba,
decidió detenerse y dejar la bicicleta parqueada.
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