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martes, 6 de octubre de 2009

BIEN IDO

Está en ese lugar donde se cumplen los sueños con sólo desearlos. Él no los desea porque ya no desea. Se queda en el bar, ordena otra cerveza y se queda mirando al barman. Ya ni siquiera él quiere escuchar su historia. Se la ha contado mil veces y en verdad, no es tan interesante, no es tan… nada. Es solo patética y hasta eso no lo es tanto. Como todo en su vida de poeta maldito “wannabe”. Hay algo más triste que volverse adicto, que buscar en todas partes el olor a axila de lo sórdido y es hacerlo con el fin único de encontrar la inspiración. Es peor aún no utilizarla. Se pudre adentro y forma tumores. De esos que provocan enfermedades terminales. A él eso no le importa. Siempre ha creído que solo los que se lo merecen se enferman.

Es joven aunque su piel dice lo contrario. Y sus ojos. Y sus manos de niña inquieta. Ella alguna vez le dijo que le gustaba lo que hacía con ellas. Fue la primera en decírselo. Supuestamente. Cuando se queda quieto parece muerto, un zombie. Mentira. Ni siquiera califica como un personaje digno de protagonizar una película de terror. Es solo el borracho de siempre. El que se sienta en la barra. Solo. El que cuando empieza a hablar la gente dice con una sonrisa falsa: “ya vengo, voy al baño,” y no vuelve. Es el extra sin parlamentos.

Huele a orinal, hace tiempo no se baña. Tiene el pelo largo y grasoso, como ella nunca quiso que lo tuviera. Lo amenazaba con no darle más besos si no se lo cortaba. La muy perra. Su barba está larga y enredada y tiene aliento a perro viejo. A perro neumónico. A veces se sienta en el parque con el dominó que ella le regaló hace tiempo. Se lo trajo de Cuba. Él espera. Espera que alguien se siente a su lado y juegue con él. Aunque sea un fantasma.

Siempre quiso ir a Cuba pero ya es muy tarde para eso. Para eso y para tantas otras cosas. Qué desperdicio. Todas sus palabras se fueron por el inodoro junto al mal de estómago que le causó a tantas. A tantos. Eran bonitas sus palabras, pero mentirosas. Y esas no son como las mujeres que aunque no tengan nada por dentro siguen estando buenas. No. Las palabras sin médula se vuelven signos de una lengua muerta. Y lo que nadie entiende, a nadie le sirve. A nada.

Tiene tos. A cada rato sus pulmones tratan de expulsar toda la mierda que los hizo comer desde chiquito. Sus dientes color tinto ya no son lo que eran. Y lo que mejor tenía era la sonrisa. Lástima. Cuando se reía era el único momento en que decía la verdad. Porque no decía nada. Ahora es preferible que no abra la boca. No importa. No tiene motivos para que las emociones le pasen de la comisura.

Recuerda sus labios. No los de ahora, de los que se enamoró. Siempre pensó que sus besos eran los mejores. Hasta el día en que se despidieron por última vez. No sabe si no le gustó porque era el último. O porque su recuerdo todavía olía a trapo sucio. Lo odia. Solo un poco, pero lo odia. Por hacerla verlo así. Por convertir su primer amor en pordiosero. Ella podría haberlo evitado. Si se hubiera quedado con él. Está segura. Lo odia porque la hace sentir culpable. Habría sido un lindo proyecto. Salvar el alma de un desgraciado. Al morir llegaría al cielo y San Pedro le agradecería por ahorrarle semejante trabajo. Pero ella no era ninguna mártir. Sigue sin serlo.

Ahora solo siente un profundo pesar. Quisiera darle un abrazo. Se nota que hace tiempo nadie lo toca. Y a él le gustaba. Le gustaba que lo tocaran. No lo hace porque le da asco. No se quiere ir a casa con su mal olor en la ropa. Saca unos billetes del bolsillo y se los da. Nada. Ni un: “gracias bella dama.” O algún piropo de mal gusto que de su boca solían salir con tinte a poema. Nada. Ella sigue su camino. Su vida. Los billetes le alcanzarán para otra cerveza. Tal vez dos. Él se siente feliz, porque eso siempre fue lo que quiso.

Ella siente que no hay nada más que pueda hacer. Ese hombre sentado en la banca del parque ya no es nada de ella. Nada más que una telaraña. Se pregunta si él la reconoció. Si cuando se acercó para darle el par de billetes, él alcanzó a percibir su olor a frutas. Ese en el que se sumergió todos los días durante tanto tiempo. Si detonó en alguna parte de su memoria la imagen de ese buen día en que se amaron sin neuronas.

Mientras camina por la acera, alejándose de su pasado, ella recuerda las palabras que su madre le decía cuando la veía llorar por él: “Ese es bien ido, mijita, ese es bien ido.” Bienvenido. Bien venido. Bien ven ido. Bien ido. Llegar a él por medio de las palabras siempre fue un juego.