Libertad, no pienses que he terminado. Se avecina un abismo. Una dulce caída en un nuevo vacío. ¿Hay algo allá abajo? Pienso en el golpe. ¿Acaso dolerá? ¿O nada me espera? Ni siquiera su aliento en mi cara. En mi alma. Tengo frío. Tengo sed. Tengo vértigo de caminar en este desierto, paisaje baldío que me recuerda eso que tanto me cuesta olvidar. Pero, ¿cómo olvidarlo? ¿Cómo dejar atrás esa manía? Me persigue como si fuera una cola pegada a mí. No, no es así. En realidad soy yo la que va pegada detrás de la manía. Como cuando era pequeña y buscaba la mano fuerte de mi padre en la multitud. Entonces claro, ¿cómo dejar todo esto si es mi refugio? Me parece impensable aflojar. Desaprender... tal vez un poco. Bastante. Lo suficiente como para agregarle un poco de transparencia al aire. Pero olvidé que vivimos en el siglo del recalentamiento global, del CO2, y de los que siguen pensando que la sopa de aleta de tiburón les va a parar la verga. Nadie ha entendido que lo único verdaderamente afrodisíaco es el amor. Nada más contundente que eso. Porque si nada tiene sabor, las cosas en sí carecen de sentido. Son una sucesión de casi momentos
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