martes, 23 de agosto de 2011

MUERTES CORTAS

-Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias. ¿Cómo? ¿Otro Shirley Temple? Por qué no. Ya vuelvo. Hola de nuevo. Está muy bueno este coctel. Hace cuánto es usted bartender. ¡No es cierto! Increíble, cualquiera pensaría que es profesional. ¿Que qué es lo de morir un poco? Bueno, es algo difícil de explicar. Empezó a pasarme desde pequeña, cuando mi abuela me pegaba por comer muchos dulces antes de la cena, por ejemplo. Cuando crecí me empezó a pasar en distintos momentos, como cuando mi jefe me reprendía por olvidar enviar un e-mail importante o algo así. Ahora me pasa a cada rato. La cabeza se me pone muy ligera, me da un poco de rebote y empiezo a sudar frío. Creo que es lo que la gente debe sentir antes de perder el conocimiento. Algunas veces alcanzo a disculparme e ir a un lugar solitario donde pueda sufrir una de mis muertes cortas pero en privado, como hace un momento. Otras veces ni las siento venir.

-Pobrecita, ¿no te parece? Todo le da pena. Hasta las cosas más tontas la hacen hiperventilar. Por eso nunca se defiende. Ni siquiera cuando su jefe la acusa de no haber enviado un e-mail importante, que en realidad tendría que haber mandado él. Por eso siempre estoy con ella. Para darle su merecido a todos los que la tratan mal. Confieso que también a mí logra desesperarme. A veces incluso quisiera que desapareciera. Sé que la extrañaría, pero por lo menos así no perdería tanto tiempo, ¿sabes? Oye ¿por qué no me traes un trago de verdad? Este me está empalagando hasta el alma, como si la mitad ya no fuera de algodón de azúcar. ¿Un Dry Martini? Por qué no.

-Perdón, ¿qué estaba diciendo? Eso me pasa cuando me muero un poco, pierdo el hilo de la conversación. Incluso de las que inicio yo. ¿Esta la empecé yo? Creo que cada vez que me pasa pierdo algunas neuronas. Como si me sobraran. ¡Ay! Creo que se ha equivocado, yo pedí otro Shirley Temple, ¿recuerda? Es que no suelo beber. Mi abuela me lo prohíbe, además el médico me dio unas pastillas para controlar mis muertes cortas. Aunque… aún no me las he podido tomar. Cada vez que voy a poner una en mi boca, siento de nuevo la cabeza ligera y el rebote y el sudor frío. Cuando vuelvo en mí, por algún motivo siempre estoy frente al inodoro viendo cómo las píldoras se van en círculos hacia las cañerías. Nunca recuerdo cómo llego hasta ahí. Es como si no fuera yo quien halara la cuerda.

- Es una tonta, pues claro que no es ella. Su obsesión por seguir las reglas no la dejaría. Debe ser por eso que nunca ha conseguido novio. Bueno, también porque su gusto y el mío son muy distintos. ¡Oye, oye! No te lleves el Martini que apenas voy por la mitad. Si vieras el tipo del que está enamorada. Es mesero en una cafetería. ¡Mesero! Ay, no lo tomes personal. Seguro que ser bartender no es tu sueño. Si lo fuera sabrías preparar un Dry Martini ¿no? Ay, es broma. El caso, es un flaco insípido que se la pasa dibujando muñequitos en un cuaderno todo el día. ¿Que qué me importa con quién salga? ¿Pero qué no me oíste? Estoy con ella todo el tiempo. Tendría que soportar las necedades que habla todo el tiempo y a él dibujándolas en su cuaderno. Moriría de aburrición. O más bien, tendría que salir solo para estrangularlo.

-¿Por qué me mira de esa manera? ¿Qué si estoy bien? Sí, bueno, un poco mareada, pero… últimamente ese es mi estado natural, ¿sabe? A veces pienso que sentirme así, rara, es mejor. Mi padre siempre decía que la vida era tan aburrida que lo más probable era que ella misma fuera el infierno. Lo decía todo el tiempo. Antes de que se fuera, claro. Un día salió a trabajar y nunca más volvió. Estuve sola en la casa por tres días hasta que llegó mi abuela. Ella me dijo que mi papá se había ido a una finca en el cielo donde había todo lo que a él le gustaba. Me pareció muy raro. Sonó extrañamente igual a lo que le dijeron los papás a una amiga cuando se le murió su hámster. ¿Que si fue ahí que empezaron mis muertes cortas? Nunca lo había pensado, pero ¿sabe?… creo que sí.

- Así es imposible hacer amigos. Esa terrible maña de compartir demasiado tan rápido es lo que va a hacer que muramos solas. Como papá detrás de este bar de mala muerte. La pobre no entiende que si se fue era porque no quería cuidarla más. O bueno, tal vez sí lo supo y por eso me creó a mí. Una versión más fuerte de ella. Una que definitivamente disfruta de un buen… bartender. ¿Margarita me llamaste? No, Margarita es la otra. Yo soy Rosa. Y si me das otro Martini de estos, me quedo.