jueves, 29 de abril de 2010

PECES DE HONDA Y TRAQUETOS DE GIRARDOT

Algo que escribí con mis compañeritos de trabajo, en lo que ahora parece otra vida...

Mi mamá siempre me dijo que el amor pesa lo mismo en oro que en diamantes. En realidad nunca entendí eso, pero siempre se me viene esa frase a la cabeza cuando miro al espejo por las mañanas.

Y cuando miro al espejo me pregunto, ¿será que mi amor pesa oro o diamante? Y después me pregunto, ¿será que la gente notará que peso oro o diamante? Por ejemplo, para mí el amor de los traquetos pesa oro, claramente, el amor de los comprometidos pesará un diamante…

Pero el amor de mis amores solo tiene un peso en mi vagina, la que todos los días se llena de purito amor, el de verdad, nada de diamantes, nada de oro, no señor, puro amor puro amor, ahora bien, si vamos a medir ese amor, pues el del mío está de muy buen tamaño…

Y hay quienes dicen que el tamaño no importa, pero qué va, tengo la seguridad de que sí importa. Porque golpea más duro un bate de baseball que un barquillo de chocolate, y son más costosas y más finas las pelotas de basketball que unas sencillas canicas.

¿Será que es mi espejo el que está dañado? Ó pensándolo bien no sé si lo que me decía mi mamá era “el amor pesa lo mismo si es tu esposo o tu amante” la verdad siento un vacío en el estomago cuando pienso en esto, ya no solo lo pienso en las mañanas, se me ha vuelto una cosa de todo el día, mientras desayuno, almuerzo, ceno, y cuando voy al baño veo los diamantes y en la repisa del baño las fotos de mis amantes.

Pero en realidad la pregunta sería: ¿cuánto dura el amor? Y el espejo me dice: Hasta la eternidad, que en verdad es solo un instante, que hace que mi corazón palpite y así pueda seguir viviendo un segundo más.

Tic tac, tic tac. Así oigo mi corazón, como una bomba nuclear en una cuenta regresiva de palpitaciones. Esa vida que se me va entre oro y diamantes y espejos y amantes que me hablan y me hacen dudar. ¡Bum! Será que cuando explote mi corazón nuclear, ¿me muero o resucito?

Tic tac, tic tac, eso me hizo recordar ese delicioso dulcecito, que delicia la acidez de la primera chupadita, y que lástima que es cuando se desaparece, así es el amor, el placer y todo lo bueno, como la canción todo lo que empieza tiene un final, ¡ojalá que pronto termine este cuento!

Sabadibaduda Sabadibaduda y de nuevo lo que me gusta a mí, en Barranquilla y en Cartagena, hola que tal cómo te va… eso me lo enseñó una canción de mi adolescencia y lo repite mi amiga en mi ausencia…

Tamaños, vaginas, chupaditas, diamantes, oro, bombas, comidas, esposos, amantes, diamantes, traquetos, Cartagena, Barranquilla… Me falta Girardot para sentirme dentro de una trama de violencia y narcotráfico…

Sabrahyn Mustresti Santrafu Camaraun Triqui Wuki Snati Miti. Ni siquiera las palabras mágicas que me enseñó mi gerente espiritual en este momento me ayudan, me siento agotada con el fango en la cabeza y el agua dentro de mis orejas, pasan peces frente a mis ojos y me saludan, me dicen que vienen de Honda y traen un saludo de mi amigo que está en Girardot.

Lo único que hace que toda esta patraña se me olvide es el agua, porque hace que todo lo que no necesito se caiga, incluyendo el oro falso y las piedras que parecen diamantes, para harceme entender que estamos hechos de barro y la vida nos moldea a su manera.

jueves, 22 de abril de 2010

RIDDLE ME THIS

I’m brown. Like chocolate. Like your hair. And eyes. If you happen to have brown hair and eyes, of course. I’m brown like the trunk of that tree. I’m denser than water. I dissolve in it like Alka Seltzer. I’m not quite as fizzy, though. I’m not fizzy at all. I don’t dissolve as fast either. Oh and I don’t fix your stomach when it feels bad. Well… actually, I do. My irregular shape amuses me. How can you have created such awesome form? Makes me see you like an artist. A sculptress. Or a sculptor, if you’re a boy. Sometimes I feel like some sort of… mist. Maybe it’s because sometimes, most times, you feel me as a warm and cloudy and smelly fog. Did you guess who I am?

miércoles, 7 de abril de 2010

SIN LECHE, POR FAVOR

Cuando era chiquita odiaba que me sacaran los dientes. Cada vez que notaba que uno estaba ligeramente flojo empezaba dentro de mí una pequeña agonía. El diente cada día se aflojaba un poco más, lo sentía cada vez que podía ponerlo casi en posición horizontal a mi paladar. Cuando el diente de hueso empezaba a asomarse una parte de mí, la más racional, sabía que tenía que dejarlo ir. Pero mi otra parte, la que a veces predomina, no quería. Esa parte no estaba dispuesta a deshacerse de ese diente tan fácilmente. Por eso cada vez que mi mamá se acercaba con un pedazo de algodón en la mano, o un hilo en su defecto, yo empezaba a llorar e hiperventilar (se puede hacer las dos al mismo tiempo, por si alguna vez se lo preguntan en ¿Quién Quiere ser Millonario? Pasa lo contrario con tragar y respirar), y entraba en una histeria que casi siempre terminaba en una de esas palmadas que hacen salir a las niñas consentidas de sus pataletas. Sobra decir que el día en que me sacaron la última muela fue un buen día.

Años después, siendo ya una adolescente con unos buenos dientes de hueso (cabe anotar que jamás he tenido una caries), estaba esculcando una cajita de lata que mi mamá tenía guardada en un escritorio. Estaba llena de cositas, curiosidades, y en el fondo, reposando desde tiempos inmemoriales, yacían mis dientes de leche. Todos ellos. (Sí, puede pensar que mi mamá está algo loca sin temor a ofenderme). Al principio me pareció algo sórdido, digno de una de las escenas de Seven. Pero después entendí que las personas se aferran a las cosas que, de una u otra manera, contienen la esencia de la gente que quieren. Por eso debajo de la mesa de noche, o entre el clóset, o en el cajón del escritorio, cada uno tiene su cajita recuerdos.

De todos modos, sigo pensando que a uno le deberían crecer los dientes de hueso de una vez y evitar tanta pérdida desde tan temprano. Definitivamente no hemos terminado de evolucionar. De pronto así no tendríamos que guardar pequeños huesos semicarcomidos en el fondo de cajitas de lata. Y de pronto así seríamos más felices.

OH CHARLES

Hace poco oí a un hombre decir que las personas pertenecen al lugar donde las dejan estar. Solo alguien con la mente muy clara puede llegar a una reflexión como esa. Alguien que sabe que uno no es de la baldosa de ese baño que lo recibió de unas fétidas entrañas, ni tampoco es de esas entrañas, que ahora sin tanto hueso tendrán más espacio para cerveza. No, uno es del lugar donde lo dejan estar. Ese pensamiento debe venir muy bien en la cárcel. A Manson lo dejan estar ahí. ¿Desde cuándo será que mi sabiduría popular viene de asesinos en serie?